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Valera y el paisaje egabrense según Carandell
22.06.16 - Escrito por: Antonio Suárez Cabello
El poder contemplar estos días, y durante algunos meses, en la Sala de Exposiciones Temporales del Museo Aguilar y Eslava la exposición "El Archivo del Paisaje: Juan Carandell, geógrafo, geólogo y docente", invita a indagar sobre la figura del que fue uno de los científicos más polifacéticos de su tiempo. Y como estamos en una fecha eminentemente valerista, como el 24 de junio, nada mejor que espigar en las palabras de Carandell donde expresa que el egabrensismo de Valera está en el paisaje, el cual supo incrustar en sus obras maestras.
Dice el geógrafo y geólogo que pocos escritores españoles de su tiempo conocieron regiones de la tierra tan diversas entre sí y tan distantes de Cabra, como el antiguo Imperio Austro Húngaro, Bélgica y Estados Unidos, en cuyas capitales representó diplomáticamente al Estado español, y sin embargo en sus obras maestras "resplandece el manjar exquisito de la pintura de su patria chica, del ambiente y del paisaje que constituye el estuche en que se guarda el tesoro de bellezas en todos los órdenes, que se llama Cabra".
Carandell señala que Valera amaba a Cabra "con la libertad de pensar y sentir que nace en los hombres en quienes el viajar despierta una nueva dimensión mental, constituida por el espíritu crítico", afirmando que el autor de Pepita Jiménez y Juanita la Larga "fue un pintor inimitable del paisaje egabrense, tratando con una tal ponderación de valores el fondo cósmico y la envoltura humana de ese trozo de Andalucía, que así como literato ocupa él un lugar de honor en el Parnaso español, como valor documental de la región bética constituye una fuente inagotable a la cual hay que acudir en cuanto se plantea un problema geográfico".
El alejamiento de Valera respecto a Cabra, indica Carandell, no motivó el olvido, sino que "contribuyó a avivar el recuerdo del pueblo natal, de sus tipos, de sus costumbres, de su folclore, de sus montañas". Si Valera hubiese permanecido en Cabra, argumenta, aunque parezca paradoja, acaso no hubiese creado sus admirables novelas de costumbres.
Escribe Carandell: "Cuando leo libros ingleses, franceses o germánicos que tratan de mis aficiones predilectas, raro es el caso en que al frente de un capítulo no haya un párrafo que de un trazo vigoroso sintetiza, anticipándose a la labor científica que el autor desarrolla, el tema en que aquél se ocupa".
Los poetas no son soñadores, comenta, "sino alquitaradores de la verdad al prestarle el ropaje de la belleza". Para él, los hombres de ciencia buscan en ellos "el aroma que atrae hacia la verdad a través de los caminos ásperos de la investigación", incluyendo en su texto el siguiente pasaje de Juanita la Larga:
"Los gorriones, los jilgueros... salen a la Campiña con el alba, a coger semillas, cigarrones y otros bichos con que alimentarse: pero todos anidan en el término de Villalegre... para guarecerse en sus sotos y umbrías, para beber en sus cristalinos arroyos y acequias, y para regocijar aquel oasis con sus chirridos, trinos y gorjeos".
Carandell rotula este fragmento como compendio de todo lo que es Cabra; pero añade una frase de la novela Las ilusiones del doctor Faustino: "El verdadero Paraíso terrenal está en la Nava". Y se pregunta: "¿Y no es cierto que esa Nava (con o sin carretera) es algo alejado del mundanal ruido, algo que ignora la historia, casi la civilización y la ciencia, y por tanto, paradisíaco?". Pero Valera cita luego, como experto botánico "cual rico esmalte o cual bordado primoroso: las nigelas azules, los lirios morados, la salvia purpúrea, la amarilla gualda y la blancas margaritas". "Las marimoñas y las mosquetas...; las adelfas arbóreas... el romero... el tomillo". "Las violetas. Y las aves: los pitirrojos, la vegetas, las oropéndolas, los verderones...". "Los ruiseñores, que en la noche cantaban en la espesura".
Las palabras de Carandell las he recogido de un escrito suyo, fechado en Córdoba el 21 de junio de 1928 y ofrecido a la hija de don Juan Valera, con motivo de la inauguración del monumento en el Parque Alcántara Romero al insigne egabrense. Está publicado en La Opinión de Cabra (1 de julio de 1928).
Antes de cerrar el artículo vuelvo, personalmente, a la novela Las ilusiones del doctor Faustino, publicada en 1874, de la que recojo un fragmento en el que se describe ese impresionante paisaje que se observa desde el Picacho, magníficamente descrito por el geógrafo, geólogo y docente Juan Carandell, pero también inmortalizado en la ficción por Valera:
"Cerca de una hora duró esta ascensión dificultosa. El horizonte iba extendiéndose a medida que subían. Al rayar en lo más alto, se descubrían desde allí provincias enteras, iluminadas por un sol refulgente, y claras y distintas, merced a la transparencia del aire, limpio de nieblas y nubes. Se veían en lontananza Sierra-Morena, al Norte; hacia el Oriente, el picacho de Veleta, cubierto de nieve, y la serranía de Ronda hacia el Mediodía. Dentro de estos límites, poblaciones blancas y alegres, caseríos, huertas, viñedos, ríos y arroyos, bosques de olivos y encinas, santuarios célebres en las cimas de varios cerros, y muchísimos sembrados, que verdeaban entonces con todo el esplendor de la primavera".
Este material me ha servido para la página cultural con la que intervengo cada mes en el programa radiofónico Destino Cabra, de la Asociación Entreculturas, y que emite Radio Atalaya bajo la coordinación de Tiburcio Benítez.
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