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El homenaje a Ricardo Molina en la Peña Flamenca Cayetano Muriel "Niño de Cabra"

08.07.17 - Escrito por: Antonio Suárez Cabello

La declaración de Ricardo Molina por el Centro Andaluz de las Letras como Autor del Año 2017, a título póstumo, con motivo del centenario de su nacimiento, me ha permitido una aproximación más profunda a la personalidad del poeta y adentrarme en sus ensayos sobre el flamenco, los cuales me llamaron la atención.

Su libro "Cante flamenco" lo adquirí cuando vivía en Sevilla en 1982, en una reciente tercera edición. Ricardo Molina Tenor nace en Puente Genil, en 1917, y a los ocho años se traslada a Córdoba donde desarrolla su vida, dedicada fundamentalmente a la enseñanza. Fallece en Córdoba en el año 1968, a los 51 años de edad.

Entró a la afición flamenca con la lectura, en 1955, del libro de Anselmo González Climent "Flamencología", imprescindible para el cante jondo. Desde entonces, Ricardo Molina emprendió su acercamiento al mundo flamenco, no desde una mirada lírica sino científica. Años después de la lectura de la obra de González Climent, empezó a publicar una serie de artículos en las páginas del diario "Córdoba" vinculados a los cantes de la tierra, firmados con el seudónimo de Eugenio Solís. Su amistad con el cantaor Antonio Mairena dará la creación del libro "Mundo y formas del cante flamenco". Se dice que la flamencología ha llegado a conocer dos etapas: antes y después de la publicación de este libro en 1963, aunque muchas cosas han evolucionado desde entonces.

Espigando en los textos del poeta pontanés construí una charla que sirvió de hilo conductor en el acto de homenaje a Ricardo Molina, organizado por el Centro Permanente de Educación de Adultos "Moccadem Ben Muafa". Una especie de iniciación a una de nuestras raíces más genuinas: el flamenco, declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Además, el parlamento se interrumpía dando paso al cante, interpretado por artistas locales. El acto contó con la colaboración de la Delegación de Educación del Ayuntamiento y la Peña Flamenca Cayetano Muriel "Niño de Cabra", teniendo lugar, hace unas fechas, en el inaugurado local de la Peña Flamenca en la avenida González Menéses.

Las voces de Pedro Barranco (granaina y fandangos de Cayetano), José María Montes (soleá y tarantos) y Segundo Cazorla (farruca y soleá apolá) se dejaron oír en el tablao, siempre acompañadas a la guitarra por Miguel Ángel Ropero. Se cerraría la actuación con un fin de fiesta por fandangos, que puso el punto y seguido a las palabras de Ricardo Molina, en una velada aplaudida por las personas que llenaban el local.

Las locuciones del poeta nos condujeron en la conversación por los vericuetos de este extraordinario arte. Hablamos del proceso de formación del cante, de su cuna, de sus orígenes. Para Molina es el resultado de una "integración", siendo indiscutible que en su forma actual apareció a fines del siglo XVIII y principios del XIX, entre Cádiz, Ronda y Sevilla. Hallamos respuesta en sus documentos a los cantes gitano-andaluces, enumerando los que considera rigurosamente gitanos. Para él existe una gran diferencia entre el gitano y el folclórico, aunque sean andaluces ambos, los mensajes de las letras los delatan.

Demuestra en sus reflexiones cómo lo gitano tuvo influjo en Andalucía, y sobre todo en Madrid. Para Ricardo Molina la voz flamenca es la antípoda de toda voz limpia, transparente, operística, definiéndola por sus numerosas cualidades de orden tímbrico, emocional, cromático. Testimonia al flamenco moderno arte de juglaría, en la que el jugar era un cantor: había juglares de "voz" y juglares de "instrumento", cuya réplica moderna la vemos clara en el cantaor y el tocaor. Los grandes señores tenían su juglar favorito, lo mismo que Lagartijo su cantaor predilecto: Rafael Rivas, de Lucena, al que llevaba consigo, protegía y mantenía. El juglar vivía de su cante igual que el cantaor en nuestros días. A la noche la considera el poeta cómplice de la fiesta flamenca, siendo uno de sus factores decisivos el vino.

No faltó en el recorrido literario comentar el desarrollo verdaderamente prodigioso del arte de la guitarra, a la que sitúa en un indiscutible primer plano, al lado del cante mismo. Voz y guitarra (una vez acordado el tono con el cantaor) han de marchar de acuerdo y unificados por la ley matemática del "compás", argumentaba.

Definía al cante patrimonio común de todas las Andalucías "que no son sino la Andalucía del Sacromonte y el Albaicín; la Andalucía cordobesa, imperio de mármol y de cal, capital de los patios andaluces, a quien la voz de sus inmortales poetas hicieron Sirena del Guadalquivir; la Andalucía minera de Jaén y la Almeriense, con el misterio de sus paisajes lunares y el enigma fecundo de sus milenarias civilizaciones prehistóricas; la Andalucía de Gibralfaro y del Sol invicto, la bella Málaga, la cantaora Málaga, delicia del mundo; la Andalucía de los pinos ilustres y de la orilla de las tres carabelas, la blanca, la azul y soñadora Huelva; la Andalucía del Real Observatorio Astronómico de San Fernando que batió en el extremo meridional de España la maravilla de Cádiz con la incesante plata del Atlántico; la Andalucía metropolitana, Sevilla, heredera de Tartesos". Muchos años después, ese patrimonio común de todas las Andalucías formulado por Ricardo Molina se convertiría en patrimonio de la humanidad.

Abordamos también en la disertación el reflejo de la sabiduría popular andaluza acumulado en el cancionero flamenco. A lo largo del tiempo fueron destilándose en él los saberes populares en su rica variedad. No faltó destacar la figura de la madre concebida, según Ricardo, bajo una luz dramática que en ocasiones es la aureola de un nimbo sagrado de Mater Dolorosa, siendo numerosos los nombres populares de artistas flamencos que hacen referencia a la madre, y no al padre, citando varios ejemplos: Luis el de la Juliana, Currito el de la Jeroma, Joaquín el de la Paula, etc, etc.

El cordobés de Puente Genil defendió el cante flamenco como fenómeno cien por cien andaluz, arraigado a la geografía. Su patria, apunta, sigue siendo la que fue: "el gran triángulo tartésico del tramo final del Guadalquivir: la zona comprendida entre las líneas que uniesen Lucena, Sevilla y Cádiz", añadiendo que "el ochenta por ciento de las formas flamencas que conocemos surgieron en esta comarca y, desde luego, todas las viejas modalidades".

De los distintos palos dados a conocer en su estudio, deshojamos algunas notas. Difíciles de discernir al oírlos la mayoría de ellos, sobre todo para una persona lega en la materia: la Debla, un viejo cante gitano andaluz; la Toná, de lo más solemne y elevado que cabe imaginar; la Seguiriya, uno de los cantes más ricos y jondos, "trágico e impresionante". No se puede cantar por seguiriyas, afirmaba, cosas anodinas y sin radical sustancia humana; las Bulerías, cante esencialmente festero y bailable. Para Molina, "los cantes de fiesta son una de las más ricas provincias del arte flamenco y sin ellos el flamenco (cante, toque, baile) quedaría mutilado". Don Juan Valera sale a escena al referirse a las playeras (derivación de plañideras, plañiera, plañeras, según el folclorista García Matos).

Una rica nómina de artistas flamencos construyó el ensayista. La inicia con el "Planeta", personaje casi legendario del Triana de 1830. Entre los que mencionamos, don Antonio Chacón, "autenticidad del gran maestro jerezano", del que marca a uno de sus discípulos serios que honran su memoria: Cayetano Muriel "Niño de Cabra", destacándolo, asimismo, como intérprete de tarantos, un cante esencialmente levantino cuya cuna parece ser Almería. A Antonio Mairena lo considera Molina "la Biblia actual del cante". A su paisano, Antonio Fernández Díaz "Fosforito", reafirma que aunque no sea gitano su cante está dentro de la órbita gitana, estando "dotado de un prodigioso sentido musical". Entre los guitarristas: Sabinas, Ramón Montoya, Melchor de Marchena, el Niño Ricardo, Moraito, y un largo etcétera. Con respecto al baile, Ricardo Molina destaca las figuras de Pastora Imperio, Vicente Escudero y Antonio (el bailarín). Estamos siempre hablando de artistas de antes de 1968, el año de su muerte.

En el apartado de escritores destaca a Cervantes, el máximo cantor español de los gitanos. Su novela "La Gitanilla" es un documento precioso sobre la vida de los gitanos españoles en el siglo XVII. No falta García Lorca, con él, sostiene, "lo flamenco ascendió al plano superior de la poesía lírica y filtró así su magia en la literatura española contemporánea". Don Manuel de Falla es "el paladín supremo del cante flamenco".

Al final de nuestra intervención citamos los villancicos flamencos, generalmente cantados por bulerías o por tanguillos, y la saeta, la genuina voz de nuestra Semana Santa. Cerramos con los Cafés Cantantes en los que se realizaron los cantaores en el plano social y encontraron una especie de cátedra influyente desde el pequeño escenario. Hoy tenemos las Peñas Flamencas (proliferaron cuando Ricardo Molina había fallecido), que tienen la misión de conservar, potenciar y divulgar el arte flamenco. Así lo hace la Peña Flamenca Cayetano Muriel "Niño de Cabra", y a ella debemos acercarnos para mantener viva la llama de este Patrimonio Cultural de la Humanidad, tan nuestro.

Una reflexión personal: se dice que para amar las cosas hay que conocerlas. Nosotros sugerimos que al flamenco hay que amarlo primero y después conocerlo. Su mundo es complejo, difícil de entender, de distinguir todos los cantes, de discernir las muchas conjeturas que existen. Amémosle antes; comprendámosle después.




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