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La víspera más larga

04.09.20 - Escrito por: Alejandro García Rosal

Sierrita ya está aquí. La espera ha sido tan incierta que pareciera más larga que las anteriores. La espera son los estertores de un día de agosto que ya se acorta, mandando un mensaje al subconsciente de que ya queda menos para el cumpleaños de Cabra.

La más larga de las vísperas, final y felizmente cumplió la tradición de cada septiembre. En el mes nueve en Cabra el reloj de la vida se pone en hora. En el nueve se deposita a la Madre Bendita de la Sierra a los pies de la Asunción en el altar mayor de la Parroquia para cumplir la tradición de jóvenes y mayores que dan por cumplidos sus 365 sueños cada septiembre.

Vísperas son recuerdos de un atardecer que mezcla el color cárdeno para crear un escenario casi psicodélico que sólo se recorta con el vuelo tardío de algunas aves. Como en la paleta del pintor, los rojizos se mezclan con el azul que anuncia el ocaso.

La hora azul la llaman, el cielo se colorea tornándose purpura, como las vísperas en la noche de un día 3, o la noche de antes de hacer entrega de los Votos y las Promesas cuando se congregaban en el santuario devotos llegados de lugares cercanos, algunos de ellos con increíbles promesas y terribles sacrificios.
Devoción arrodillada cubriendo el camino de las revueltas, con la severa carga de trigo, exvotos y demás dádivas de agradecimiento. Suelas descalzas que cargan con niños malitos, que gracias a la intersección de la Virgen consiguen sanar. Eran las "mandas", las terribles promesas. Hombres y mujeres vestidos de negro, ellas con pañuelos cubriendo sus cabezas, imagen de esa España en alcanfor.

En la espera, José Luis ya pasa las hojas del calendario que se amarillean con el paso del tiempo mientras guarda el romero bendecido de cada Candelaria. Esa tarde otea el horizonte desde la Casita Blanca. Su frente arrugada de recuerdos se encoge en un ejercicio de imborrable memoria y de nostalgia. Es la pequeña gran historia de cada egabrense. Calla y observa como serpentea el camino que se pierde entre quejigos y encinas en ocasiones, entre zahínas vacas bravas, y conduce en primer término al núcleo geométrico que recuerda a un panel de abejas, de humildes casas con establo para el mulo y lagareta, y finalmente nos lleva hasta el cielo de Cabra, este año hecho amanecida, jalonado por antiguas murallas y coronado por la torre de un campanario, otrora alminar.

Recuerda las historias que su abuelo Luis le contaba y los años se atropellan en el tiempo. Era otra vida, otra ermita, y otra Sierra. Pero el mismo sentimiento. La ermita tenia habitaciones y Santa Bárbara llamaron sus abuelos a la que ellos restauraron y allí es donde mandaban a su hermana Ana, que se crió con salud errática, para que el aire de la Sierra la curara. Allí era también donde también el abuelo Luis, en el noble arte del escaqueo buscaba desconectarse por momentos, se llevaba la escopeta, presta para la cacería y, con su mula torda hateada y cargada de aceite, queso, jamón y demás ricas viandas, pasaba los días en la sierra con la sola compaña del agradecido santero.

De chico su abuela le contaba como en ocasiones, y siempre en primavera, aparecía el manto de la Virgen mojado y polvoriento. Le decían que era porque Sierrita iba a visitar a sus hermanas Celites, del Carmen y Victoria. Polvoriento del camino y los bajos mojados del agua del mar.

El lagarto de la sierra y su cueva, que se abría como una gran arcada, le quitaba el sueño y protagonizaba sus pesadillas al igual que aterrorizó al pastor de la leyenda. La bola envenenada con la que el pastor acabó con su vida colmaba las elucubraciones, que nunca terminaban, porque verlo disecado en el techo de la puerta por donde empezó a querer a su Madre de la Sierra despertaba todo tipo de teorías.

Imaginaba al bandolero herido llegando hasta la sierra en busca de auxilio, huyendo de la peor de las suertes que le acechaba si no lo hacía. Al ver la cara de la Virgen, ante tanta belleza y redención le hizo una promesa que cumplió en forma de rosario de oro y piedras preciosas. Es el imaginario colectivo mezcla de verdad y leyenda que forma la intrahistoria que acuña e inocula el gen mariano hasta el tuétano en el sentir de los egabrenses.

El antiguo mar de Tethys es madre de fauna salvaje que, tatuada en la roca, nos manda mensajes imperecederos a través del tiempo para recordarnos las fuertes raíces que nos atan a esta tierra. Tierra rocosa y de paisaje volcánico que contoneaba y contorneaba la morada de Sierrita haciendo que el picacho, premio de toda ascensión, se hiciera aún más único y visible. Imagen de hace casi un siglo que se hace difícil de imaginar hoy día cuando alcanzamos el frondoso monte verde cuasi vergel para nuestros sentidos.

Negros toros bravos en sus corrales de piedra y las cabras careando a la luna llena de agosto en la falda misma de la ermita eran los únicos moradores de aquel paisaje.

Y así se hace un devoto y costalero. Hace 65 años por primera vez sintió el divino peso de la Virgen en su hombro, en la Romería de Votos y Promesas allá por el 1955.

La gran metáfora que es esta vida hace que para un costalero el paso a nivel de la antigua vía del tren del aceite sea el paso de niño a hombre, bien sea el día 4 de septiembre, o en la mayoría de las veces el primer domingo de un mes más tarde.

Tantos y tantos buenos hombres y mujeres de, y para la Virgen que han pasado a su lado, y de los que con cariño especial recuerda a su amigo Tomas cada año en octubre cuando Sierrita ya alcanza ver su jaspeado camarín.

Es el año 1984. Al llegar a la Viñuela, se incorpora a la comitiva su cuadrillero de honor, Tomas Castro Parias. Qué cara de felicidad se le ponía cuando iba con la Virgen. Ese día fue el último por desgracia, ya que llegando prácticamente al Santuario, se le paró el corazón, y cayó fulminado a los pies de nuestra Patrona. Justo delante de José Luis. Lo trasladan al hospital, pero nada se pudo hacer, solo certificar que ya capitaneaba sus andas plateadas a la eternidad.

Suceso luctuoso, que los costaleros guardan en el corazón, y conmemoran todos los años rezando por el alma de todos los que faltan ante una humilde cruz en recuerdo de Tomás, en el mismo lugar donde todo ocurrió. El tiempo va y viene caprichosamente haciendo a algunas personas eternas por mor de gente con buena voluntad.

Su andadura comienza alrededor de la Virgen rodeado de costaleros que además de muy pocos, eran pagados en su inmensa mayoría. El costalero pagado, era por supuesto un devoto de la Virgen, el cual impelido por la necesidad aceptaba esta paga de dos jornales, que en aquel entonces por lo menos paliaba el hambre de su familia un par de días. No iban a cobrar aquellas criaturas...

Parece que ahora mismo estuviera viendo la llegada a la fábrica de los ladrillos de D. Andrés Piedra, donde con los medios que había se le cambiaban las flores a la Virgen antes de efectuar la entrada en el pueblo. El Finis Terrae egabrense, límite de la ciudad y antesala al campo, desde donde ya no había nada más excepto mirar al cielo para ver la divina morada serrana.

A su Virgen la ha llevado dos veces la Salón del Paseo y las dos en blanco y negro. Una para proclamarla Alcaldesa Perpetua de nuestra Ciudad y otra para celebrar los XXV años de paz. Qué cosas. Con suelta de palomas blancas por la Paz incluida.

Recuerda con satisfacción como los Baños de San Juan vieron el nacimiento de la Sección de Andas y como tantos y tantos hombres buenos se unieron alrededor de la Virgen para ver como su manera de quererla crecía y se organizaba. Esa manera no era otra que estar siempre a su disposición con humildad. Con la misma humildad que todo esto nació, entre cañaverales, "picaillos" regados con media arroba del Rubio Montilla y rumor de agua clara que preña las ricas huertas de Cabra. Tal fue aquel empuje, que complicándole la vida al personal con miles de papeletas y rifas con aquel mítico logo de la bola del mundo, trajeron a Cabra por vez primera y él con el número uno, la mágica noche de la ilusión de los Tres hombres Sabios de Oriente.

En la calenda veraniega ha custodiado junto a sus compañeros cual fieles cruzados a Sierrita. La tropa costalera esta vez se ha vuelto de bronce envejecido por el sol y cobre latonero de brasero de fragua y por una vez al año pasea a su Majarí Calí para rezarle a su manera entre guitarras, algarabía, camisas hechas jirones y peladillas al viento. Lo que daría José Luis por revivir esos momentos a la vera de José y Juli.

Recuerda a su amigo Julián. Su AMIGO, devoto del manto rojo de la Virgen porque con él quiso Ella que volviera a nacer.

Son 40 años justos y cabales subiendo y bajando en su almohadilla cuarta del varal derecho cumpliendo con sus relevos y enfrentando el valor necesario en cada fatiga por el Peñón de la Beata. Pero la semilla que él y tantos otros plantaron sigue viva.

La frente se ha arrugado de tantos recuerdos de egabrense y costalero. Septiembre ya está aquí y entre recuerdos agolpados que aceleran el pulso del corazón y tallos de romero bendecido concluye la víspera más larga.

En las horas finales de un día de agosto que ya se acorta.

En el atardecer que en su hora azul ha mezclado el color cárdeno con el vuelo tardío de algunas aves, la víspera por fin, ha concluido.

Y como en la paleta de Campos Serrano, los rojizos se han mezclado con el azul que anuncia el ocaso. Víspera que de verdad días de mucho anuncia. Víspera que siempre víspera es. Víspera que ahora comienza y nunca termina para mantener la esperanza en el corazón de los egabrenses que a la Casita Blanca lanzan su mirada como la hacían sus padres y los padres de sus padres desde la antigua fábrica de ladrillos, para dirigir sus oraciones los 365 sueños de cada año mientras ponen en hora el reloj de sus vidas.

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