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12.03.2007 - Escrito por: José Peña González

Entre la emoción y la razón.
Tradicionalmente hay dos modos de dirigirse a la ciudadanía. O apelando a sus sentimientos o argumentando con razonamientos. En principio suele dar más resultado la primera. A la larga se impone la segunda. Excitar las emociones es fácil. Hay una especie de predisposición natural entre aquellos a quienes se dirige. Convencer con razones es muy difícil pero extraordinariamente efectivo. Supone tener el argumento cargando de razones para poder transmitir esa razón a los demás. Si a las emociones le acompaña la alteración de la verdad por razones partidistas estamos entrando de lleno en la guerra sucia. Si a ello añadimos la manipulación de símbolos o la grave afirmación de la necesidad de defender a España, el tema se complica mucho más. Porque quien así actúa no señala a continuación de qué o de quienes tenemos que defender a la Patria. El tema es de una importancia y gravedad extraordinaria que además puede volverse contra los que lo practican. Los que creemos de verdad en la democracia representativa y sabemos que mandamos a nuestros elegidos al Parlamento para que allí defienda sus posturas y lleven a cabo la acción de gobernar, caso de que así lo hayan elegido los ciudadanos, o por el contrario ejerzan con nobleza la acción de control si ese mismo pueblo les puso en la oposición, observamos con preocupación que un partido político cuya función es concurrir a la formación y manifestación de la voluntad popular y ser instrumento de la participación política, traslada esta noble tarea de las cámaras a la calle en uso de un derecho de manifestación reconocido ampliamente a todos los españoles.

En mi opinión los partidos políticos deben meditar mucho su convocatoria como tal partido porque sustituir el parlamento por la calle no es síntoma de buena salud política. Dejen esta tarea a la ciudadanía y defiendan sus intereses los partidos en el lugar adecuado que es el órgano de la soberanía nacional a donde les enviaron sus electores. Y allí con razones, apoyándose en datos y en las normas del estado de derecho, sin alterar el sentido de las cosas, guardando escrupulosamente la verdad de los hechos, no confundiendo las excarcelaciones con la prisión atenuada v.g., respetando las decisiones del juez de vigilancia penitenciaria, porque si ignoramos las resoluciones judiciales difícilmente podremos hablar de respeto al estado de derecho; podremos evitar lo que de fractura social puede producir una manifestación como la convocada recientemente para conmemorar el 11-M, de cuyas victimas no se dijo una palabra en el transcurso de la misma. En política como en la vida misma no todo vale. Y a veces la ciudadanía toma nota de los hechos más de lo que pensamos. Los ciudadanos tenemos memoria y sabemos que no se puede aplicar una doble vara de medir para juzgar negativamente en unos lo mismo que han hecho otros. Es absolutamente necesario recuperar la calma y reforzar el sistema de partidos. Todos son necesarios y todos deben saber que la conquista del poder o incluso su reconquista tiene unos límites de actuación y unas normas de juego que deben ser respetadas. Y los políticos no pueden saltarse a la torera las reglas básicas de la convivencia política porque entre sus muchas obligaciones esta el practicar la pedagogía con su conducta. Expongan todas las razones que hay tras sus actos pero no jueguen con las emociones fáciles porque la historia demuestra que ello supone al final el ocaso democrático. Y sería una grave irresponsabilidad incurrir en ello. Ojalá la cordura se imponga y cuando los españoles seamos llamados a las urnas porque se acabe el mandato del actual Parlamento o porque así lo decida el único que puede adelantarlas por mandato constitucional, que no por presión de la calle; en ese momento tengamos el acierto de elegir a nuestros representantes para que en el lugar adecuado hagan la política más favorable a los intereses de nuestra Patria. Pero por favor que nadie use el nombre de España en vano.

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