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El laberinto de Adolfo Suárez
24.03.14 - Escrito por: Rafa Linero
Todo ser que nace tiene que morir. Si hay una sola verdad es ésta. La muerte viene pegada a cualquier ser viviente desde su nacimiento hasta que decide presentarse y quedarse con todo. Nadie puede olvidarlo e imagino que menos aún cuando se nace en un pueblo, Cerberos, cuyo nombre recuerda tanto a Cerbero, el perro que guarda la entrada al Hades, el lugar en el que los griegos creían que iban a parar los que mueren.
La persona más conocida de esta localidad, Adolfo Suárez, el primer presidente de la democracia, ha fallecido. Y no se ha marchado solo, con él se han ido sus recuerdos sobre la transición española, una época que nos ha marcado a todos.
Durante mucho tiempo hemos pensado que la transición fue un periodo de luces sin ninguna sombra. Pero ahora, con la perspectiva que proporciona el paso del tiempo, no hay una sola lectura, pues junto a la idea de que fue un acto de reconciliación entre las manidas dos españas, ha surgido la duda de si sirvió para que los mismos de siempre se perpetuaran en el poder y para que los perdedores siguieran olvidados en sus tumbas.
Adolfo Suárez era una de las personas que conocía de primera mano los entresijos de aquella época, en su memoria yacían las verdades y mentiras de la transición. Pero hace mucho tiempo que el alzhéimer (esa maldita enfermedad que actúa al revés que el resto, pues primero borra quienes fuimos y luego nos aniquila) encerró en un laberinto su saber y sus vivencias. Ya sabemos que, a veces, basta una madeja de hilo para poder llegar al centro del laberinto y salir otra vez. Sin embargo, un hilo no puede tirar de todo, de la mente de Adolfo Suárez hacía tiempo que no retornaban sus recuerdos sobre su presencia imprescindible en la política española, sino vagos sentimientos de afecto para sus seres queridos.
La muerte ha venido a tapiar definitivamente el tortuoso sendero que conducía al interior de Adolfo Suárez. Y podemos sospechar que en el centro del laberinto de su memoria no había ni política ni transición, ni dictadura ni democracia, sino un niño que pasaba sus días en un pueblo con un nombre tan parecido al del guardián de la puerta entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.
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