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Turno de oficio

01.09.16 - Escrito por: Javier Vilaplana Ruíz

Como en un macabro juego de las sillas, vivimos en un continuo estado de no dejar de correr para no perder el precario lugar que ocupamos, para no caducar. La velocidad es un valor en sí misma y acumulamos cada vez más finales -trabajos, relaciones, aficiones, etc.- que se amontonan en nuestros días vividos de forma líquida. Si antes la utopía nos servía para salir a las plazas caminando hacia un futuro que se pensaba más justo y amable, ahora nos conformamos con la obligación de correr continuamente en una cinta de gimnasio para no ser arrastrados. Sin avanzar nunca.

La dictadura del presente continuo y la obligación de estar ininterrumpidamente a la vanguardia de la última tendencia (artística, económica, amorosa) nos impone el esfuerzo de olvidar todo lo recién vivido (o lo que es lo mismo, consumido) para centrar nuestra momentánea atención y superficial goce en la nueva mercancía (ya sea un teléfono móvil, una novela, otra persona) que se anuncia tan apetecible como efímera.

Estas circunstancias -concienzudamente analizadas por las estimulantes e inquietantes reflexiones del sociólogo Zygmunt Bauman- sin embargo, parecen tener su fugaz y sutil paréntesis pequeñoburgués durante los meses de verano, un período en el que pareciera que se ralentizara el vertiginoso discurrir de las horas líquidas, propiciando lecturas -que son, según Alba Rico, una fuente y no una pérdida de tiempo-, encuentros, reflexiones o descubrimientos que resultan improbables ante las servidumbres del constante ir y volver al mercado -de trabajo, de ocio, de políticas- que nos impone la asfixiante realidad en lo que se antoja un ejercicio propio de un moderno Sísifo neoliberal.

Precisamente al cobijo del espejismo de sosiego que el verano nos brinda, este mes de agosto he podido rescatar del olvido una vieja -término acaso subversivo- serie de televisión española: TURNO DE OFICIO.

Si bien podemos tener la más que razonable opinión de que vivimos el mejor momento de la ficción televisiva, sin embargo "Turno de Oficio", con sus obvias carencias, supone un acertado reflejo de una España (la de 1985 y 1986), que aún no ha terminado de sacudirse los años de dictadura, que aún no termina de creerse que tiene un Estado de Derecho y una Constitución que sirve como presupuesto y límite de unas reglas del juego del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

La serie aborda con honestidad y solvencia temas entonces de gran actualidad y aún hoy de incuestionable relevancia: la violencia de género (un problema público y no algo que deba quedar encerrado en el ámbito privado de la casa), la inadmisible dependencia de las mujeres respecto de los varones, la desigualdad económica como problema de toda la sociedad (y no como una cuestión reducida al siempre más estrecho ámbito de actuación del Derecho Penal) o, más específicamente, las carencias presupuestarias de nuestra siempre deficiente administración de la administración de Justicia. Un poder que, sin medios, queda desdentado e ineficaz.

Por demás, y aunque queda en exceso ensalzada la imprescindible e inexcusable labor del letrado que asiste gratuitamente a quien no tiene recursos suficientes (una garantía constitucional), tampoco faltan las incisivas críticas a los putrefactos engranajes de un sistema judicial en no pocas ocasiones alejado de la comprensión y la empatía que requiere quien se acerca a un juzgado.

Es cierto que algunos aspectos, diálogos o situaciones han perdido su inicial frescura pero eso no invalida las bondades de esta serie que cuenta con un cuadro protagonista en estado de gracia (también pululan por su metraje no pocas guest stars) y con un trabajado guion que no sólo no insulta a la inteligencia del espectador (lo que es agradecer), sino que, en ocasiones, parece escrito -y es un halago- por un jurista, una filósofa o un yonqui.

Terminada la serie, apenas quedan ya días de verano y cada vez cuesta más volver a la absurda tarea que supone el incesante huir hacia ningún lugar, tejiendo y destejiendo quebradizos recuerdos de cosas sin importancia que se escapan, como el agua, entre nuestras yertas manos que se siguen resistiendo a unirse las unas con las otras.

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