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El Rosario de la Aurora
01.09.13 - Escrito por: Andrés Ruz Montes
El sonido suave y armonioso de una melodía va invadiendo la estancia. Mi estado de adormecimiento no me permite identificar la realidad de esa musicalidad envolvente, pero tampoco el cuestionarme siquiera el motivo de la misma. Son los prodigios que concede el duermevela, percibir y adornar de forma sutil y etérea escenarios habituales para hacerlos y vivirlos de forma apacible y placentera. Y esta percepción se sumerge en la duda de la irrealidad.
De repente me viene a la mente de forma más clara que esos sonidos no provienen de la alarma del despertador, y ello me congratula sobremanera. ¡Es fin de semana! Y además ¡estoy de vacaciones! ¡Y en cama! Me percato de la notable sensación de bienestar que produce el estar acostado, sintiendo sobre tu cuerpo desarropado la suave brisa del amanecer sin tener las tareas diarias llamando a la puerta y el vestido de la prisa listo para calarlo hasta los pies. Ahora percibo más nítidamente el sonido de algunos instrumentos musicales que acompañan a unas voces, cuyo mensaje no logro reconocer. Y me resulta muy agradable su escucha. Y todavía más interesante estando derrumbado en la cama.
Y me sumerjo de nuevo en especulaciones insustanciales sin apenas reparar en ello.
¡Y es que el verano nos permite otro tipo de sensaciones! Me gusta reflexionar y debatir en familia, en una discusión distendida, relajada y casi bizantina, diría yo, sobre cuándo la cama ejerce su mayor poder de atracción , o dicho de otro modo, cuando se hace más placentero el descanso. O en los suaves y tranquilos amaneceres veraniegos o en las largas y lluviosas noches de un fin de semana de enero. Ante este dilema, generalmente suelo decantarme por la primera opción. Y es que en estas cuestiones, por muchas disquisiciones que se hagan, casi siempre se llega a la misma conclusión: la ausencia de directrices escritas allí donde intervienen los gustos personales y por tanto la subjetividad. En cualquier caso considerando con perspectiva y en un debate intrascendente estas dos alternativas, parece fácil el elegir entre una u otra. Sin embargo cuando las vives en directo, en el día a día, suele ocurrir que es la que toca y sientes en ese momento preciso la que generalmente aparece como la ideal. Lo que, en principio, no deja de ser valioso para todos.
Inmerso en estos pensamientos baladíes logro identificar sonidos de campanillas, guitarra y voces bien conjuntadas. Me reavivo para enseguida continuar ensimismado en esa cadena de abstracciones.
Y ahora sí identifico oraciones, como el Padrenuestro, el Avemaría seguidos de unos cánticos en los que se nos hace una clara y firme invitación al rezo.
Pero ¿oración ahora?... ¿de madrugada?, y además ¿oración cantada? ..... Por momentos presiento que no me he llegado a despertar y continúo aún en esos maravillosos sueños de vacaciones. Pasa un instante.... y creo tener la respuesta.... Rezos....cánticos, madrugada... Debe ser el coro de campanilleros de la Virgen de la Aurora que me invitan a abandonar el lecho y acompañarles en el rezo.
Pero... ¿Levantarme ahora? ¡Y nada menos que a rezar! Pero además es que..., de lo que verdaderamente se trata es de ¡rezar y cantar públicamente! La idea no termina de seducirme quizá porque, cuando se trata de estas cuestiones, necesite respuestas y argumentos que sostengan las conductas adoptadas impregnándolas de coherencia, lógica y sensatez.
Y me introduzco en la búsqueda de esos argumentos. Recuerdo levemente algunas nociones de religión de aquellos maravillosos años de bachiller. Fue en el Sermón de la Montaña cuando Jesús enseña a rezar a sus discípulos y les habla de la oración. Y de cómo deben hacerla. Y aconseja que debiera hacerse en secreto, pues Dios ve en lo secreto. Que se haga de forma sencilla, sin mucha parafernalia ni palabrería. Y que oremos utilizando como modelo el Padrenuestro. También recuerdo que orar no es declamar ni recitar palabras vacías e indiferentes, sino que orar es compromiso de amor con mi prójimo, con los que tengo cerca y con los necesitados. Y pedir la voluntad de Dios en nuestras vidas pues es Él quien conoce nuestras necesidades. Y esta voluntad no tiene por qué coincidir con nuestros deseos.
Ensimismado y abstraído en estas evocaciones, cuando percibo el tumulto más cerca de mi balcón e intento rehacerme. Y todas estas reminiscencias me mantienen por el momento acostado
Y de nuevo a buscar respuestas. Ahora me asaltan los contenidos que hace unos días leí en una obra, que considero imprescindible en cualquier biblioteca, y que me regaló poco antes de morir mi gran amigo Miguel Aguayo: Ensayos Completos de Michel de Montaigne. En su reflexión sobre las oraciones Montaigne escribe, refiriéndose al Padrenuestro: "No sé si estaré equivocado pero me parece que esta oración, dictada palabra por palabra por los labios de Dios, se debería usar con más frecuencia de lo que lo hacemos". "...Puede la Iglesia ampliar y variar las plegarias según precise, más debería concederse al Padrenuestro el privilegio de que el pueblo la tuviese siempre en la boca, pues dice todo lo necesario. Es la única plegaria que utilizo en vez de cambiar y la única que tengo en la memoria". Asimismo Montaigne se pregunta de dónde nos vendrá el error de recurrir a Dios para todos nuestros proyectos o empresas, llamándole en todo tipo de necesidad sin considerar si la ocasión es justa o injusta. Puntualización que considero muy interesante. Ya que a veces si lo que pedimos no llega a ver la realidad, el enfado y el reproche comienzan a asomar en nuestros corazones. Montaigne asimismo nos habla de la necesidad de tener limpia el alma para orar y no mezclar oración e infamia. De esta forma la situación de un hombre que intenta revestir una vida execrable con la religiosidad y la devoción es mucho más condenable que un hombre coherente consigo mismo y disoluto siempre.
Y permanezco sumido en toda esta espiral de pensamientos que no terminan de aportarme la respuesta definitiva y me arranquen de una vez por todas de la cama.
Las puertas entreabiertas del balcón dejan pasar la dulce y suave brisa del amanecer meciendo y ondeando las cortinas con un movimiento casi regular y periódico. Y siento el relente acariciar la piel de mi cuerpo semidesnudo que intento cubrir, aunque sea parcialmente, mediante torpes movimientos con la sabana. La tenue luz del alba penetra tamizada por el cortinaje dibujando imágenes informes.
Y los sonidos musicales y cantos de los juglares de la madrugada se perciben cada vez de forma más nítida y zarandean de nuevo mi mente queriendo buscar otros argumentos que ahora sí consigan levantar mi cuerpo definitivamente. Y seguidamente vienen a mi memoria las palabras del Papa Francisco en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, recién nombrado máximo dirigente de la Iglesia. El que fuese primer Papa jesuita nos propone el rezo conjunto del Santo Rosario a la Virgen María, como mediadora entre Jesús y los hombres. El Papa Francisco nos invita a que recemos a la Virgen para que nos acerque más a su Hijo. Y que lo hagamos mostrándonos tal como somos, con nuestras alegrías y nuestras angustias, nuestras esperanzas y dificultades, y con todas nuestras limitaciones humanas. Su Santidad nos sigue diciendo que la Virgen velará por nosotros y nos ayudará a crecer humanamente y en la fe sin que la comodidad y la pereza tengan cabida en nuestras vidas. Y nos ayudará a afrontar las dificultades con valentía y arrojo y cuidará que las decisiones que debemos tomar en nuestro deambular sean decisiones prudentes, decisiones definitivas y tomadas en libertad, esquivando y dando la espalda a lo pasajero, lo fácil y efímero.
Sin haber resuelto, o solo parcialmente, algunas de las interrogantes e incógnitas para decidirme a acompañar a los trovadores del alba en sus cánticos marianos, decido vencer la pereza y abandonar el lecho. ¡La desidia y el desinterés tan amigos a veces de nuestras vidas! Otra razón más, que los hermanos de la Aurora refieren en sus estrofas y que considero necesario ejercitarse y adiestrarse para imponerse a los mismos.
Me siento más que satisfecho por haber encontrado algunos argumentos, y que considero más que suficientes, en el archivo revuelto de mi memoria, para responder a parte de mis preguntas y arrancar definitivamente mi cuerpo de las garras sensuales de la cama. Y para lo que no encuentro soluciones, me vale la justificación de la fe, en su más amplio sentido, confiar en.... ¡tan necesaria en nuestro tiempo! Solemos apoyarnos y ampararnos generalmente en aquello que tiene su confirmación y evidencia en la práctica y despreciar lo intangible y espiritual. Pero podríamos arriesgarnos y ser más integrales y completos.
Y por fin salgo a la calle. Y siento la suave brisa de la mañana en el rostro. Y compruebo la entonación y armonía de los instrumentos y voces acoplados. Y me inundo de los olores y sonidos singulares del alba...y del verano. Y siento la envoltura plástica de la belleza y un sinfín de sentimientos positivos que convierten el momento en singular y único... Pero además siento el propósito de una oración discreta y recogida que emana del interior de unos corazones abiertos, y el deseo firme de compromiso con los demás. Y percibo que participar en el Rosario puede ser una forma ideal de comenzar el día y una forma de expresión verdadera de la espiritualizad en sus múltiples dimensiones.
Al final resulta que me sobraban razones para salir y acompañar a los cantores de la madrugada.
A los hermanos de la Virgen de la Aurora: ¡Gracias por ofrecerme esta oportunidad!
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