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Volver a casa por Navidad

22.12.13 - Escrito por: Andrés Ruz Montes

Pensar en la Navidad es conectar directamente con el corazón y con el mundo de las emociones. Es traer a la mente multitud de recuerdos, escenarios, sentimientos y personas. Es viajar de nuevo al mundo de la infancia, lo que nos lleva en muchas ocasiones a revivir el calor de la familia, la alegría, la sencillez y la ingenuidad propias de esta etapa de la vida. Pero hay más....

La realidad nos enseña que, habitualmente, a medida que los años pasan y nos hacemos mayores, es frecuente que se añadan a toda esta carga de emociones y sentimientos empapados de calidez, ternura y júbilo, otros derivados del terreno de las ausencias, de las pérdidas, de la pena, más o menos transformada y suavizada en nostalgia o melancolía, que nos produce la falta de nuestros familiares que ya murieron . De ahí que la Navidad despierte en muchas personas sentimientos dispares, a veces ambivalentes y contradictorios, y que recorren el amplio abanico de las emociones y que van desde la alegría más sincera y cándida hasta las sensaciones de auténtica tristeza, sin olvidar las vivencias intermedias agridulces. Y todo es perfectamente válido y es humano el experimentar tales percepciones. Por lo que no deberíamos empecinarnos en hacerlas desaparecer u ocultar, pues todas ellas encuentran justificación y cabida en el desarrollo y evolución de nuestra existencia.

Hace ya bastantes años que una marca muy conocida de turrón hizo suya esta idea de "volver a casa por Navidad", y la hizo extensiva no sólo a sus productos sino que consiguiendo poner imágenes, letra y música a ese proyecto logró plasmar, y además haciéndolo de forma bella a los sentidos, ese sentimiento colectivo que todos llevamos tan dentro, el volver a la tierna infancia, a la calidez del hogar familiar , a la alegría de compartir, y rescatar de nuevo ese entorno maravilloso cuyo recuerdo nos hace estremecer. Y cuando escuchamos, con pequeñas innovaciones cada año, los sonidos de esa melodía, enseguida comprobamos que consiguen despertar y aflorar en nosotros los sentimientos ya referidos y trasportarnos a aquel añorado escenario de la niñez.

Y en mi caso ese escenario no es otro que la casa de mi abuelo. Mi abuelo José María, del que tanto podría contar y escribir, se nos fue demasiado pronto, cuando yo apenas tenía trece años, pero la calidez humana, la ternura y el recuerdo de este sencillo hombre de campo permanecen en sus hijos y en sus nietos , y quisiera que a través de estas sinceras palabras, trascendieran generaciones, haciéndolo presente . La casa de mi abuelo era grande, sencilla y sobre todo acogedora y hospitalaria. Y siempre había gente. Frente a la soledad de los hogares actuales, allí era frecuente encontrar multitud de chiquillos: vecinos o nietos que siempre encontraban en su enorme despensa, bajo el hueco de la escalera, algo que llevarse a la boca a media tarde. También se daban cita, tíos abuelos, que a veces fijaban su residencia en la casa, por unos días, semanas o Dios sabe por cuánto tiempo, además de sobrinos y cómo no algunos conocidos que acudían a hacer lo que todavía era frecuente hacer el "ir de visita".

En aquella casa siempre estaba la puerta de la calle abierta, y en ella residían mis abuelos y mis tíos que ya desde el principio de su matrimonio supieron continuar y potenciar el espíritu de hospitalidad tan especial que respiraba aquella casa. Y como cada año al acercarse la Navidad, mi abuelo disfrutaba rodeándose de su familia más cercana, y nosotros, mis padres y hermanos acudíamos a aquella llamada que con tanta ilusión esperábamos, cambiando temporalmente de residencia y trasladándonos a la calle Parrillas, que es como coloquialmente llamábamos a la casa.

De las paredes de la casa colgaban retratos de antepasados que no logro recordar, salvo uno bien grande de mi tío Paco que falleció siendo muy joven y yo aún muy niño. La distribución de su mobiliario sobrio y bien conservado, la chimenea, la tamizada luz del recinto y la afabilidad y generosidad de los que allí habitaban daban como resultado un ambiente acogedor, cálido y familiar que invitaba al diálogo y a la tertulia de sobremesa. Se respiraba bondad entrañable, autoridad comprensiva y austeridad solidaria. Mi abuelo, como siempre sentado en aquel robusto sillón era la viva imagen de la ternura, sus nietos le rodeábamos sentados al pie de la vieja chimenea y permanecíamos boquiabiertos a sus enseñanzas, comentarios y explicaciones de sencillo campesino y hombre bueno. En los numerosos bolsillos de su indumentaria siempre encontraba alguna golosina con la que acallar las múltiples demandas de una juguetona e inquieta chiquillería sabedora de ello. Su mirada tierna y su expresión serena, transmitían toda la paz de una vida, de una vida que se apagó demasiado pronto, para los que tanto le queríamos.

En la casa de mi abuelo aprendí lo que era la ternura, la unidad, el amor por la familia y el entusiasmo por mis mayores. Esta casa no es sólo un recuerdo, es algo más: es una relación envolvente y un referente vital.

Y cuando llegan estas fechas se me agolpan los recuerdos y me afloran multitud de emociones.

Y es que Volver a casa por Navidad son tantas cosas juntas: Volver a casa por Navidad es desde luego el acertado slogan de un spot publicitario que tan hondo ha calado entre nosotros. Y también es el esperado encuentro familiar y la deseada reunión con los amigos de siempre. Y compartir una comida, ofrecer buenos deseos y nobles sentimientos enlazados por el Amor, derramar alegría y también repartir regalos. Y como no la honda reflexión sobre el verdadero significado del misterio de la Navidad que cada año se vive en nuestras vidas. Pero Volver a casa por Navidad es sobre todo volverse a encontrar madurez e infancia, y conectar directamente con las emociones sencillas y celosamente guardadas en el mejor de los depósitos; es revivir el recuerdo de los ausentes, a veces con auténtica pena, otras discretamente suavizada, no sin esfuerzo, por la elaborada aceptación, pero siempre haciéndonos estremecer. Y Volver a casa por Navidad además es sentir la espiritualidad de un abuelo único que se manifiesta en su presencia en nosotros, en el ambiente y en cada uno de los rincones de aquella casa familiar que siempre permanecerá iluminando nuestro interior. Aquel abuelo que supo ofrecernos el mejor de los regalos: la dedicación incansable a sus nietos, el amor por la familia, su deseada compañía, su sonrisa permanente y su recuerdo perdurable... y todo, todo su tiempo. El regalo de mi abuelo no tiene parangón. Fue el mejor de los regalos. Y es que Volver a casa por Navidad es algo que trasciende la dimensión de lo físico y va más allá del tiempo y del espacio. Es releer nuestro pasado y congratularnos con él o darnos la oportunidad para el cambio y vislumbrar nuevos encuentros y realidades. Y es sentir las pérdidas. Y poder sentir y expresar la tristeza por ellas . Volver a casa por Navidad es algo extraordinario e indescriptible, es simplemente conectar con lo mejor que todos llevamos dentro. Por ello siempre podremos Volver a casa por Navidad.

Procuraré transmitir este pensamiento a los míos. Auténtica espiritualidad.

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