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Cuando entramos de lleno en la cincuentena pascual, convergen sentimientos antagónicos de felicidad por el júbilo de la Resurrección y de melancolía por la marcha, acelerada, de la efímera semana que da sentido a nuestras Hermandades, y que no volveremos a paladear hasta la llegada de una nueva primavera de naranjos florecidos y olor a incienso en nuestras calles.
Ahí radica la belleza, la riqueza de la misma, en su condición de efímera, pasajera, siempre irrepetible, siempre inigualable, porque aquello que no podemos emular alcanza cotas inaccesibles de valor. Los cofrades nos sabemos protectores de una tradición que trasciende nuestro propio ser, que nos ha sido entregada por nuestros mayores, y que debemos dar, sin atisbo de egoísmo, a los que nos sucedan.
No obstante, la fugacidad de la semana no impide que, en su transitar, podamos "pregustar" algo parecido a la felicidad eterna del Cielo, la marcha acompasada de un paso de palio de vuelta, el tintineo silencioso del roce del varal con la bambalina, la charla con amigos en el intervalo de esperar una Cofradía, el abrazo del hermano terminada la estación de penitencia, un sinfín de momentos que cada uno, en su interior, guarda como tesoro intransferible de vivencias cofrades.
La lluvia, casi tan amiga de las cofradías como los propios cofrades, de nuevo ha querido tener balcón privilegiado para vivir tan Santa Semana junto a nosotros, advirtiéndonos a diario de su presencia callada, inminente, en ocasiones impredecible, pero esta vez, respetuosa, tímida, fugaz...
Numerosos son los momentos destacados de nuestra semana en Cabra, tradiciones mantenidas en los añafiles, escenas inalterables con la Soledad por la calle La Cruz, disfrutando los compases finales de la nueva marcha, que otra Semana Santa compone en nuestras vidas, estampas sobrecogedoras al contemplar la portentosa Virgen de las Angustias con el Hijo, muerto en sus brazos, instantes conmovedores admirando la efigie del Crucificado de Santo Domingo transitando la calle Priego, acompañado su paso por el sonido de las cadenas y los tambores enlutados, roto por el rezo piadoso del Viacrucis.
Otros, que nos figuran cierta esperanza en el futuro, hermandades renovadas, cofradías revitalizadas, en ocasiones sustentadas por el empeño de unos pocos en resucitar algo que parecía agonizar, que amenazaba con entrar en el cajón de lo que fue y no volverá, pero que, al menos por ahora, seguirá siendo pieza de este rompecabezas particular que es la Semana Santa de Cabra.
Sin embargo, también tienen espacio en estas líneas circunstancias y hechos que, para el que esto escribe, merecen ser comentadas, al menos de forma somera. La realidad de una carrera oficial caduca que, invadida en toda su extensión por establecimientos hosteleros, impide el disfrute óptimo de los cortejos en el discurrir por la misma, o la falta de consideración que, especialmente cuando se trata de cofradías de silencio, el público muestra cada vez con más evidencia mientras, al mismo tiempo, reverencia pasmado el paso de los caballeros legionarios o escucha el solo de una corneta esperando, como si le fuera la vida en ello, el izquierdo que dará paso a un sinfín de maniobras antes de continuar el itinerario de la cofradía.
No me gustaría concluir sin mencionar la mejora que en numerosos repertorios se ha puesto de manifiesto la pasada Semana Santa, parece que lejos quedan aquellos tiempos de "pacololismo" imperante, dando paso a repertorios cuidados y estudiados que regalan a los cofrades buena música salida de las mejores manos, y que engrandecen la presentación de nuestros sagrados titulares en la calle. Si bien, deberíamos proponernos que "Martirio", el himno de nuestra Semana Santa, la "Amarguras" egabrense, tuviera espacio en todos y cada uno de los repertorios (de banda de música) de nuestras cofradías.
Ahora, solo nos queda disfrutar de lo vivido, recordarlo, quizás en lo profundo de nuestro ser o en la pantalla de un teléfono que captó un instante concreto, y esperar una nueva primavera que vendrá, pues siempre viene, trayéndonos esa alegría renovada que nos conducirá, otra vez, a una pascua feliz que da sentido a lo que celebramos, porque Cristo vive y nosotros vivimos en Cristo.
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