|
Que levante la mano quien nunca haya tenido el honor de estrenar sus zapatos con el inconfundible "regalito" que algún perro (más bien, su dueño) decidió dejar en plena calle. Hablamos de toda una experiencia multisensorial, con pisadas resbaladizas, orines que aromatizan esquinas y paredes que parecen haber sido intervenidas con tinta amarilla de dudosa autoría.
La escena es tan cotidiana que uno diría que forma parte del patrimonio local. Porque en Cabra, pese a los esfuerzos municipales y vecinales, hay quienes pasean al perro convencidos de que el suelo, los bancos y las fachadas forman parte del baño privado de su mascota.
Cabra cuenta con unos 9.000 perros registrados, de los cuales 6.500 están censados oficialmente. Esto significa que, potencialmente, miles de animales transitan cada día por calles y plazas. Si a ello se suma la falta de responsabilidad de algunos dueños, el resultado es un problema evidente de limpieza, salubridad y convivencia.
La ordenanza municipal indica que está prohibido que las mascotas ensucien la vía pública o el mobiliario urbano con deposiciones u orines. Los dueños están obligados a recoger los excrementos, limpiar la zona afectada si es necesario y desechar los residuos de forma higiénica. De hecho, el incumplimiento puede acarrear sanciones que van desde los 60 hasta los 120 euros, y hasta los 600 en casos de reincidencia.
En los últimos años, el las instituciones han desplegado medidas para facilitar el cumplimiento de la norma: instalación de papeleras y dispensadores de bolsas, campañas como "No hagas que tu perro se avergüence de ti" y la creación de espacios acondicionados con vallas, zonas de juego y fuentes para los animales, como el parque de "pipican" acondicionado cerca del parque de la calle santa Coloma de Gramanet, junto a la ciudad de los niños. Además, la Delegación de Medio Ambiente ha recordado en repetidas ocasiones que mantener limpias las calles es una obligación compartida.
No es solo una cuestión estética. La acumulación de excrementos y orines genera malos olores persistentes, degrada el mobiliario urbano y afecta directamente a la calidad de vida de los vecinos.
Para que nos hagamos una idea, ya en las ordenanzas de 1593, se obligaba a que cada vecino limpiara la parte de su calle que lindaba a la fachada de su casa y que no se echara suciedad ni excrementos a aquellas vías públicas egabrenses del siglo XVI. La costumbre, cada vez menos común, de limpiar la parte de la calle de cada casa o edificio, viene precisamente de aquella normativa.
Ahora que llega la feria y la vuelta al colegio, convendría recordar que no solo pasean perros, sino que también lo hacen niños, mayores y vecinos, que con bastante dignidad, preferirían mirar al frente en lugar de ir esquivando minas terrestres.
|
|
|
|
|
|