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Colaboración que Antonio J. Roldán dedica a Antonio Salido Bravo, recientemente fallecido
La entrevista que nunca hice - Escrito por:
Mes de junio del pasado año. La manga corta vencía definitivamente la batalla a la ropa de abrigo que, un año más, se guardaba en los armarios hasta nueva orden. Para ser exactos, eran las 7 de la tarde del recién estrenado horario de verano, y me encontraba con mi tío Víctor frente por frente a la Casa de la Cultura, esperando ver pasar a la imponente Custodia que guarda en sí al Glorioso Cuerpo de Cristo...
Mes de junio del pasado año. La manga corta vencía definitivamente la batalla a la ropa de abrigo que, un año más, se guardaba en los armarios hasta nueva orden. Para ser exactos, eran las 7 de la tarde del recién estrenado horario de verano, y me encontraba con mi tío Víctor frente por frente a la Casa de la Cultura, esperando ver pasar a la imponente Custodia que guarda en sí al Glorioso Cuerpo de Cristo. La calle, como se imaginarán, llena de gente, y en la acera, dejados caer en una valla, me encontré con él y con su esposa. Los salude con premura puesto que el Señor estaba a punto de llegar: “Buenas tardes, Antonio, ¿cómo está usted?”, “Pues mira, no estamos mal. Con los achaques, pero no nos podemos quejar”. Tras el saludo de cortesía, pasó el paso del Señor con una chicotá que le llevó desde la “esquina de Mejías” hasta la altura, poco más o menos, del “Bazar Egabrense”. Mi tío y yo quedamos extrañados por la rapidez del paso que imprimieron los costaleros pero, al parecer, era ya tarde y debían recog
er al Señor pronto en su Casa.
Al volverme hacia la acera, de nuevo, allí estaba él comentando con su esposa lo mismo que yo comenté con mi tío y, ni corto ni perezoso (incluso un tanto irrespetuoso por mi parte), me metí de lleno en la conversación. Ese fue sólo el comienzo de una larga tertulia que duraría casi tres cuartos de hora. Los temas fueron variando conforme avanzaban los minutos. Le dimos repaso a la Semana Santa, a La Opinión, incluso al papel de la juventud de Cabra, a sus inquietudes y al desencanto que causa en algunos sectores. Mi tío desistió a los diez minutos, pero yo seguí con él y con su esposa dialogando sobre todos estos temas, aunque sólo hubo uno que se repitió en forma de propuesta: “Niño, me encantan tus entrevistas en La Opinión y las leo todos los meses”, “Pues ya sabe, a ver cuando tengo un hueco y me paso por su casa, que usted si que se merece una entrevista”. Ahí quedó la propuesta, que él no sólo aceptó con gusto, sino que además le ilusionó instantáneamente. Incluso llegó a comentarme algunos temas de l
os que él podría dar información que aún no había sido ni editada, lo cual me comprometía aún más con él. Quizá en contra de su voluntad, porque los años son los que mandan, cortó la conversación diciendo: “Bueno, niño, te dejo que estamos un poco cansados y vamos a ver si cenamos. Llégate por casa cuando quieras”, “No se preocupe, Antonio, que en breve tendrá noticias mías”. Le ofreció el brazo a su esposa, y en unos segundos allá iban los dos, con paso lento y sosegado, por la Calle Alonso Uclés caminito de Santa Lucía.
Por circunstancias de la vida (quizá, de mi ajetreada vida…) nunca pude llegar a hacer esa entrevista que, he de confesar, tanto me remuerde la conciencia no haber hecho. Y ya no sólo por el disfrute que me hubiera supuesto el bucear durante varias horas por los archivos y las experiencias de este gran egabrense, sino porque creo firmemente que nadie le ha reconocido todo lo que ha hecho por nuestro pueblo durante toda su vida. No quiero hacer otra semblanza más de él, pero el caso es que se nos fue y, por ejemplo, con él se nos ha ido un gran pregonero de nuestra Semana Santa, que nunca llegó a ser pese a todo lo que trabajó por ella. Con él se ha ido un gran filarmónico al que no le colgaron los crespones negros en la fachada del Centro el día de su muerte, con todo lo que trabajó por la Casa y todo lo que la quiso (y doy fe de ello). Se nos fue y Cabra no nombró Hijo Predilecto al que, durante muchos años, luchó y trabajó por esta ciudad y sus tradiciones y que, en resumidas cuentas, ha sido uno de sus hi
jos más comprometidos y trabajadores. Pero, encima, ¿para qué voy a acusar a nadie, si fui yo el primero que falte a la cita que concretamos?
Hace unos días me enteré que mis padres se encontraron con él varias semanas atrás y les preguntó por mí. No sé porqué, pero cuando me enteré que se fue para siempre y mis padres me lo contaron, esa noche, no pude dormir tranquilo. Y es que ya me lo repetía mi conciencia: “Ay, Antoñito pae, ¿así quieres llegar a ser un periodista medio decente? ¡Si es que se te escapan las mejores…!”. Don Antonio, allá donde esté, que seguro será cerca de Nuestra Reina de la Sierra y de su Nazareno de Castro del Río, le pido disculpas y, si algún día nos encontramos (que espero que sí) llevaré en mi mano lápiz y papel para hacerle la mejor entrevista de que sea capaz. Verá como, días después, las rotativas del cielo titularán en primera página “Entrevista a Don Antonio Salido: ‘Más vale tarde que nunca’ “. Descanse en paz, maestro.
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