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LAS HUERTAS DE CABRA (I)

17.06.20 - Escrito por: Antonio Moreno Hurtado

Es conocido el dicho popular de que, en el término de Cabra, allá donde surge un arroyo, allí se forma una huerta para aprovechar su agua. Esto no viene de ahora. Hasta el final de la Guerra de Granada, por razones de seguridad, la población de la villa de Cabra se alojaba casi exclusivamente dentro de lo que podríamos llamar su casco urbano.

Desde la falda de la sierra hasta llegar a la confluencia del rio Cabra con el arroyo de la Tejera, salvo en las zonas elevadas del Cerro y la Villa, se forma una especie de gran esponja arcillosa con abundantes corrientes de agua subterráneas que han permitido, durante siglos, la presencia de pozos en huertas y casas particulares, resolviendo graves problemas de higiene y salubridad.

Entrado ya el siglo XVI, los límites de la población los marcaban las cinco puertas de acceso a la misma.

La Puerta de Baena, con sus Arcos característicos; la Puerta de Santa Ana, al final de la calle Mayor, en la villa Vieja; una primera Puerta de Córdoba junto al Junquillo, adosada a la muralla del Castillo; la Puerta de Lucena, al final de la calle del Tinte y la Puerta de Priego, a la altura de la parte trasera de la actual iglesia de Santo Domingo.

La línea virtual que iría de la Puerta de Priego a la de Baena marcaba el límite del casco urbano y el comienzo de las huertas. Por encima de esta línea apenas había edificios, salvo las emitas y las casitas de algunas huertas.

La calle de Priego tenía continuidad de edificación hasta la altura aproximada del actual Centro Filarmónico. Por encima de este lugar, estaba un huerto grande, llamado del Granadal Hermoso, que daba nombre a la calle que desembocaba frente a él. Pertenecía a los Enríquez de Herrera. Por encima de este huerto de granados estaban la Casa de la Doctrina y la huerta del Bachiller León.

Detrás de la calle Priego estaban los huertos de Santa Lucía, que iban desde el camino de los Molinos y cruzaban lo que hoy es la calle Nueva. Es decir, toda la parte que daba a la Madre Vieja, salvo en su parte final, en el extremo ya de la calle del Río de la Cueva.

La calle Concepción debió su nombre a ser la que conducía al convento dominico de la Concepción, fundado en el año 1550 sobre una huerta que donó el Bachiller León. Antes fue un camino, entre huertas, que se unía al de los Molinos, que conducía a los que había en el cauce del río Cabra.

En el siglo XVI todavía no existía la calle de Santa Ana, sino las traseras de las casas de la calle del hortelano Juan de Almaraz, que ya lindaban con las huertas. La ermita de Santa Ana estaba totalmente rodeada de huertas a comienzos del siglo XVI, cuando se reconstruyó sobre la base de una antigua sinagoga judía. Lo que hoy se conoce como calle de la Cruz era un camino que iba junto a las traseras de las casas de la calle de Doña Leonor Delgadillo. Por arriba solo había huertas.

Este camino o calle de la Cruz se continuaba, cruzando la calle del Arquilla del Agua, hacia la calle de San Marcos, que justamente llegaba hasta esta altura, donde se iniciaba otro camino, a la izquierda, que llevaba hasta los Arcos de la calle de Baena. Un camino que luego se plantaría de moreras y ha llegado casi hasta nuestros días conocido como camino del Moreral o Moreal. Iba pegado, parcialmente, a los corrales de algunas casas de la calle de Baena. Es decir, había una especie de línea separadora del casco urbano y las huertas, que iba casi en línea recta desde la Puerta de Priego a los Arcos de la Puerta de Baena.

Se afirma que las huertas de Cabra tuvieron su origen en época romana con el aprovechamiento de las aguas de la Fuente del Río y de los arroyos que bajaban de la falda de la Sierra, como parece demostrar un acueducto que se hizo, a finales del siglo I de nuestra era, por orden del prefecto Marco Cornelio Novato, para llevar agua hasta la población. De donde se deduce que también se aprovechó para crear algunas huertas y regarlas.

Más asequible es la opinión de que las huertas egabrenses tienen un origen árabe, a partir de la invasión de principios del siglo VIII. Lo cierto es que las huertas de Cabra pronto adquirieron fama en la comarca por la calidad de sus productos. Por aquel tiempo, existía el cargo de alcaide del agua, que controlaba los regadíos de las huertas y la distribución de las aguas. En el año 1583 se nombró a Miguel de Villaverde, criado del marqués de Ardales, que delegó el oficio en Alonso López.

Las huertas cercanas a la población se dividían en dos grupos bien diferenciados. Las llamadas Huertas Altas, que se regaban con agua que venía directamente de la Fuente del Río, sin contaminación.

Al parecer, factores climáticos también pudieron influir en la decisión de las huertas Altas de criar preferentemente hortalizas y cultivos más exigentes, frente a la práctica normal de las Bajas de especializarse en frutales.

El acta del cuarto Cabildo de enero de 1584 recoge el acuerdo de prohibir a los dueños de los huertos de la calle Nueva que suelten el agua después de regar hacia la Madre Vieja del río, ya que el camino de los molinos resulta dañado. En 1664, los propietarios de dichos huertos renunciarían a recibir el agua del cauz y solicitarían tomar el agua de riego de la acequia que bajaba por la calle de Priego y que traía el sobrante de los riegos de las Huertas Altas. Se les autorizaba siempre que le dieran la corriente necesaria para que el agua sobrante saliera por la calle Nueva hacia el río.

En el año 1593, tras un largo pleito de más de cuarenta años de los vecinos de Cabra contra el Concejo local y los sucesivos condes de Cabra y duques de Sesa, por una serie de agravios económicos y sociales, se llegó a un pacto que iba a provocar la redacción y aprobación de unas nuevas Ordenanzas para la villa de Cabra. En estas Ordenanzas, publicadas hace unos años por José Calvo Poyato - como separata de La Opinión -, encontramos bastantes referencias a las huertas de Cabra y su cultivo.

En ellas, se ordena a los usuarios de las acequias destinadas al riego de las heredades que las conserven limpias y que se haga una limpieza general de las mismas en el mes de marzo de cada año, con cargo a dichos propietarios, so pena de 600 maravedíes de sanción. También se sanciona dejar "destapada la boquera" en su propio beneficio y perjuicio de los demás regantes. Se obliga a los labradores de las huertas que había por debajo del "molino Hondón" a que rieguen por la "acequia del caño del dicho molino", prohibiéndose que cualquier persona "destape acequia ajena, ni lleve agua a su heredad sin licencia".
También se prohíbe cortar leña de los árboles del río, así como cortar nogales ni cerezos, por ser estos "los árboles de mayor ornato y buen parecer para las huertas".

Había, además, una normativa clara para los regadíos de cultivos que se consideraban dañinos para la salud pública, como era el caso del cáñamo o del lino. De manera que se ordenaba que no se sembrase cáñamo "en las huertas altas de esta Villa y en otras partes encima del pueblo". Solamente se podía sembrar a partir del molino del Hondón, hacia abajo, so pena de 3.000 maravedíes de multa y el corte del suministro por el alcalde del agua.

En cuanto al lino, se ordenaba que se cociera y majara en unas pozas concretas, las que se habían preparado en el arroyo que nacía en la Fuente de las Peñas (vulgo Piedras), que en adelante se llamaría Arroyo de las Pozas, que desembocaba en la dehesa de Prados. Un agua que ya no se podría destinar a regar cultivos. El Concejo local nombraba un "fiel" que controlaba el funcionamiento de estas pozas.

Aparte de este lugar, se autorizaba a cocer lino en ciertos lugares alejados de la población, como en la llamada "huerta de Canela", en el partido de Riofrío, cerca del término de Montilla, en el arroyo de Santa María "junto a la laguna" y en el "cocedero de Gaena", debajo del cortijo de Antón Fernández Tejeiro.

Las Ordenanzas indican que se han "puesto y plantado" muchas huertas "de pocos años a esta parte", por lo que había que tomar medidas para que los ganados no entraran en ellas y les causaran perjuicios. Se trataba de las que habían puesto en funcionamiento muchos de los moriscos que habían llegado a Cabra tras la guerra de las Alpujarras y a quienes se les había dado autorización para hacerlo a partir de la huerta de don Gabriel de Córdoba, por debajo del molino del Hondón, hasta llegar al término de Monturque. Es decir, lo que se iba a conocer como las Huertas Bajas.

Unas huertas que se iban a dedicar, preferentemente, a frutales, dada la inferior calidad de las aguas del río en ese tramo, al recoger residuos del casco urbano.

La rebelión de los moriscos de las Alpujarras tuvo, también, una repercusión positiva para Cabra. El conde de Cabra y duque de Sesa, a partir del 1569, fomenta el traslado de buena parte de estos disidentes hacia sus tierras cordobesas, para aprovechar el potencial humano y económico de estas laborio¬sas gentes. Los núcleos más importantes se sitúan en la capital cordobesa y en Cabra.

Hacia el año 1571, el número de moriscos o gentes "del Reino de Granada", como suelen indicar los registros, en Cabra es de 346, la mayoría de ellos con la condición de libres. Suelen casarse entre ellos y no se mezclan de momento con familias cristianas.

En el año 1610, momento de su expulsión definitiva de España, el total de moriscos egabrenses es de cerca de 500 personas, casi un ocho por ciento de la población total en ese tiempo.

Como decíamos, estos moriscos vienen a Cabra al amparo del duque y en un principio se instalan en el arrabal, aunque poco a poco se van integrando en el núcleo principal, especialmente en el barrio de la Villa Vieja. Son gentes emprendedoras que traen a Cabra nuevas ideas e invierten aquí sus ahorros. Hacen rentable el cultivo y comercio de frutos secos, higos, miel y otros productos de tradición árabe. Arriendan o compran huertas y modifican parte de sus cultivos tradicionales, ampliando la plantación masiva de moreras, para el cultivo del gusano de seda y su posterior industrialización.

De manera que el último tercio del siglo XVI contempla un desarrollo importante de la industria local. Las ventajas del Privilegio de Alfonso XI, traducidas en la exención de impuestos de circulación y comercialización fuera de la localidad, permiten buenos márgenes a los fabricantes, lo que se traduce en la plantación generalizada de moredas en las huertas, la instalación de tornos para torcer seda y la toma de vecindad de maestros sederos y numerosos expertos en la fabricación de tafetanes, colchas, tapices y otros ornamentos basados en tejidos de lujo. Con el sello de Cabra salen productos para toda Andalucía e incluso América.

Las Ordenanzas hablan también de unas huertas en el partido de Gaena, que pertenecen a Diego de Navas y a Martín de Almagro. Este Almagro es un antepasado de Pablo Ruiz Picasso.

Una referencia importante es la que se hace a la venta de los productos de la huerta, ordenando que los hortelanos no lleven a vender a otros lugares la fruta y hortalizas de sus huertas, salvo licencia para ello y siempre que no quedara desabastecida la villa de Cabra.

Tampoco se permitiría vender a forasteros, al por mayor, para llevarlos a otras partes.

En cuanto a los hortelanos, se les permitía vender sus productos en la propia huerta o en sus casas, pero los revendedores o minoristas tenían que hacerlo en la plaza pública.

Bajando de Gaena hacia Zambra estaban las huertas del Nacimiento, en el lugar donde nace el río Anzur.

La aldea del Nacimiento, donde mis antepasadas poseyeron y labraron una huerta durante varias generaciones, está al pie de la sierra de Gaena y tiene hoy unos doscientos habitantes.

Tanto el Nacimiento como Zambra formaron parte del término municipal de Cabra hasta mediados del siglo XIX.

Especial preocupación había, también, por la limpieza del cauz que llevaba el agua a los molinos y cruzaba la población al aire libre.

De la Fuente del Río salían una acequia y un cauz, que venían al aire libre entre las huertas de la senda de Enmedio, hasta el Arquilla o depósito que había a la entrada de la población, junta a la actual Plaza de Abastos. El cauz desembocaba en el Arquilla del agua y en el trayecto que iba sin cubrir no se podían "lavar paños, nabos u hortalizas", según indican las Ordenanzas de 1593. Los ganados tampoco podían beber en ella, ya que era para consumo de los vecinos. El Cauz también llevaba el agua para los molinos de aceite y se ordenaba que en él "no se lave ropa... que no se laven bacines ni entren los puercos en él". Esta canalización y camino tomarían, con el tiempo, el nombre del Caz.

No podemos olvidar la importancia de las huertas del partido de la Fuente de las Piedras, con cuya agua se regaban, bajando algunas hasta el arroyo de Santa María, junto al antiguo camino de Nueva Carteya.

En una de ellas se encontraron, a partir del año 1950, importantes restos arqueológicos, de época romana, procedentes de una mansión conocida ahora como la "Casa del Mitra", guardadas en el Museo Arqueológico local. Unas excavaciones que no han tenido continuidad por dificultades legales y financieras.

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