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Joyas y Carne
12.08.09 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
Sigilosa se acercaba a sus víctimas en medio de una cena o a las puertas de una comida que jamás llegaría a digerir. Es automática, calculadora, fría, seria, siempre viste de negro y la llaman El Escarabajo de Plata. Su nombre es Jessica Gadner, su último libro escrito en el aire es Joyas y Carne. Su trayectoria era todo un monumento a la excentricidad. El primer matrimonio se rompió porque el reloj que le regaló su marido para su aniversario no llevaba ningún diamante. Al tiempo aquel primer amor, desapareció, la tierra había vuelto a volatilizar a una persona. Los renglones que se iban escribiendo en el aire de la ciudad no tenían sed de tinta.
Jessica no tenía un trabajo, ni una dirección, ni un teléfono, ni un buzón para los desengaños. Jessica sólo tenía presencia. Su estatura rondaba el metro noventa, largas piernas, pelo rubio hasta la cintura, pamelas de infarto y unas manos que ningún representante de seguros quería tener entre las suyas. Los placeres más orgásmicos para ella eran las joyas. Siempre compraba en efectivo, sin identidad, sin preguntar precios. La joyería que ella abría con sus dedos cerraba al mes siguiente por falta de existencias. La han visto con millonarios en los yates de lujo aparcados en la zona de Saint Albert Beach. Pero su sombra vagaba siempre por las olas para romper en el cabo.
Los que la habían visto, que no eran muchos privilegiados, dicen que los domingos visitaba al reverendo Robert Ledger y mientras escuchaba misa los mendigos del barrio la lloraban a las puertas de su cielo particular. Quiénes la seguían por la intriga que representaba, no daban a crédito a saber con cuántos hombres esmaltados en oro y huecos por dentro había escogido como víctimas para saciar sus propósitos. Gadner no lloraba ni en la ópera, me contaba uno de sus mayordomos que fue despedido por no diferenciar un rubí de un diamante africano.
Lo curioso partía, en este caso, de las sospechosas desapariciones de aquellos magnates de distintas procedencias que pasaban sin dejar huella por la cama del escarabajo de plata. La carne también la martirizaba, la carne humana, el placer, la lujuria, no piensen en el canibalismo, en absoluto, en ella estaba la perfección durmiendo a ciegas. Compraba con el dinero de los ricos y gozaba con el cuerpo de los pobres. Los que la servían a diario, nunca la escucharon hablar, pero si gemir hasta el punto de hacer temblar los cimientos morales de todos los que sudaban envidia con sólo escucharla.
Jessica se suele levantar temprano para recoger el último halo de vida que deja la noche. Elige sin celos, observa como un ave rapaz quién será su próximo objetivo. Suele recorrer cada día los bancos más importantes de la ciudad y desayunar utilizando billetes de cien dólares para limpiarse sus exuberantes labios. Gadner se encumbraba como uno de esos personajes insólitos, efímeros en sus costumbres, auténticos en su personalidad, desgarradores con un simple gesto. La duda, la sospecha estaba servida.
¿Por dónde vagaban las almas que ella envolvía y exprimía sigilosamente? Nadie los conocía, sólo ella, nadie los dibujaba inmortales, sólo ella, nadie volaba bajo la sospecha de una desaparición repentina, sólo ella. Las joyas y la carne, la catalogaban de mujer deseada, pero odiada, dudosa asesina, pero inocente sierva del dinero. El rol de la duda rondaba las calles de la manzana más lujosa de la empírica ciudad de la plata. Jessica Gadner, merecía un espacio, una noche de placer y bonanza en los brazos de una excelsa dama. La llamaban, El Escarabajo de Plata.
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