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AGRICULTURA ECOLÓGICA
02.07.10 SUSPENDO EL JUICIO - Escrito por: Eustasio Moreno Rueda
 Ha sido recientemente, con ocasión de un curso impartido por el IFAPA de Cabra –por cierto, primorosamente impartido por Marián, que hace de sus conocimientos algo tan cercano como su persona- que he podido acercarme a algunos de los entresijos de la agricultura ecológica. La producción ecológica parece conjugar un buen puñado de las aspiraciones que animan al pensamiento alternativo –o si se prefiere antiglobalización- y que se abigarran en la célebre coletilla “otro mundo es posible”.
Una actividad que viene regulada por un reglamento que hace hincapié en la calidad final de las hortalizas a sabiendas de que los beneficios ecológicos colaterales están garantizados al ser condición sine qua non de su producción. Nada de abonos minerales que achicharran la vida del suelo. Tampoco herbicidas ni plaguicidas de síntesis. Se trata de cosechar hortalizas 100% libres de estos productos, lo que necesariamente pasa por respetar la biodiversidad de las huertas. La única fertilización amable con los bichejos que viven en el suelo es la materia orgánica. El control de plagas y enfermedades –lo que los detractores consideran el talón de Aquiles de la producción ecológica- se consigue a través de la llamada fauna auxiliar, es decir, depredadores o parásitos del insecto plaga -por ejemplo las bellas mariquitas son insaciables devoradoras de pulgones- y mediante unas cuantas decenas de insecticidas y fungicidas autorizados, muchos de ellos de origen animal y vegetal. Espectacular es la eficacia de trampas selectivas que utilizan feromonas sexuales para atraer a los insectos con una falsa promesa de promiscuidad. Este trampeo “ad hoc” permite eliminar especies concretas sin dañar al resto de organismos. Un manejo inteligente de las rotaciones y asociaciones de cultivo en el que entran numerosas plantas aromáticas que, como los libros de autoayuda, ofrecen mil y una soluciones (fungicida, insecticida, repelente o estimulante, entre otras) completa un cuadro –lógicamente simplificado por razones de espacio- que arroja una productividad similar a la obtenida en agricultura convencional.
Estamos así delante de una actividad sostenible que brinda al hortelano la posibilidad de reconciliarse consigo mismo y con su entorno. Milagrosamente también con su trabajo, que parecía condenado a trocar esfuerzo por penuria. Esto último ha sido posible gracias a mecanismos de venta directa que han permitido burlar el tinglado ventajista de los intermediarios y dar satisfacción a las ya manidas -aunque no por manidas deslegitimadas- vindicaciones de los hortelanos por un beneficio digno. Y es que si hace no más de diez años el hortelano inquieto sólo podía desesperarse al ver cómo sus productos se malvendían a granel, hoy tiene la oportunidad única de generar un valor añadido que comienza a ser muy apreciado por sectores cada vez más amplios de la población.
Hospitales, guarderías y colegios empiezan a hacerse eco de la nueva sensibilidad introduciendo cada vez más productos ecológicos en sus menús. Todo un descubrimiento ha sido Subbética Ecológica (http://subbeticaecologica.blogspot.com), una asociación de productores y consumidores de hortalizas ecológicas que se han puesto de acuerdo para fijar los precios –a mi parecer más que asequibles- y que funciona mediante un sistema de cestas que el cliente puede recoger semanalmente en la huerta que la asociación le haya asignado. Lindo sin paliativos.
Algo más se mueve en Cabra. Este verano Cortijo de Frías (www.cortijofrias.com) en colaboración con la Asociación CAAE (Comité Andaluz de Agricultura Ecológica) oferta un campamento de verano con menú íntegramente ecológico. Siete días para comer sano y pasarlo bien jugando en plena naturaleza. Siete días para comprender que un tomate es algo más que un pellejo colorado inflado a base de agua. Siete días para estar seguros del bocado que nos llevamos a la boca, lo cual no es poco en los tiempos que corren.
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