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Memorias de un reinado
26.08.10 - Escrito por: María Jesús Ballesteros Luque
 De pequeña, recuerdo que una sublime carroza exornada con las mejores flores que en papel puedan hacerse se erigía ante mis ojos. Siete muchachas ataviadas con vestidos fascinantes para una niña de corta edad que en su cabeza imaginaba cómo un día saludaría a los egabrenses desde las alturas
Cuando llegó el día en que desde el ayuntamiento de Cabra requerían mi presencia para la elección de Reina y Damas de las Fiestas no cabía en mí. Reconozco mi nerviosismo y mi inquietud porque sabía que el mismo sueño que me reconcomía el alma era compartido por seis mujeres más. Casi sin importar lo que dentro de la sala se estuviera deliberando, nos encontrábamos hablando de manera distendida. Cuando por fin, sonaba mi nombre. Por instantes, el tiempo se paralizó, era incapaz de avanzar. Lo que había soñado durante 18 años se solventaba en ese momento.
Soy conocedora de que muchos estiman la elección de reina y damas de un municipio como algo arcaico y vetusto que incluso toma a la mujer como objeto a la que sólo se valora por la hermosura. No creo que ninguna reina o dama de las fiestas (o por lo menos así lo veo yo) se tome estos nombramientos como si de un certamen de belleza se tratase. Va más allá. Incluso trasciende en ámbitos de representación de la juventud egabrense. Es una forma de acercarse a nuestra Amada Serrana; de estar junto a Ella; de de verla más cerca que nadie.
Quizás sean los momentos más íntimos, los menos trascendentes a los ojos de un viandante poco habituado a estos menesteres, los que con mayor dulzura recuerdo. Tras la presentación oficial, una puerta chiquitita se entreabría y por ella se insinuaba el inconfundible manto de María Santísima de la Sierra. “Id pasando poco a poco”. ¡Benditas palabras aquéllas que permitían la entrada al camarín de la Virgen! Caminando entre lágrimas me acercaba a la Casa Divina, cobijo de las penas y alegrías que día a día se ruegan al viento de serranía. Aún hoy titubean mis piernas rememorando ese instante.
Nostalgia, igualmente, por lo acaecido el día 3 de septiembre, cuando sobre mi cabeza sentía el peso de una diadema brillante. O cuando momentos después concluía el emotivo pregón de la Junta de Gobierno de la Archicofradía de María Santísima de la Sierra con el revoleo de la bandera, de mi Bandera. A más de una de las que ocupábamos los siete asientos del estrado nos dieron ganas de bajar y ver mecer sobre nuestras cabezas los cuatro colores al son del toque de tambor.
¡Y qué júbilo ese día 4, al paso de mi Patrona, cuando entre vivas y cánticos entraba triunfal por los Arcos! ¡Egabrenses, que ya está aquí! ¡Benditos los hombros que la traen un año más a la Asunción! Desde mi pequeño púlpito era testigo de dos gratificantes realidades: a un lado, lo fervoroso; al otro, lo terreno. Y en aquéllos egabrenses que me sacaban un saludo con la mano veía reflejada esa niñez. Padres que con niños ahora diminutos para mí se acercaban y decían “¡tírale un besito a la reina!”. Ésos eran mis padres años atrás, y la criatura que mecían en sus brazos era yo.
Si lo más grande para un egabrense es la Virgen que la Sierra ¿qué angustia no será estar en septiembre lejos de tu tierra? Abanderando esta idea intenté hacer partícipes de la fiesta a los emigrantes de ayer y de hoy, bajo directrices que bien conozco: la experiencia de mi querido abuelo. «Muchas bajás las pasó lejos de los suyos, y muchas fueron también las citas del día 8 en las que faltó a su Virgen de la Sierra. Pero Nuestra Madre sabe que en sus ausencias estaba Ella, que se acerca a la soledad de los emigrantes y bajo su manto los ampara en tan difíciles momentos». Historias que podría seguir narrando. Pero el tiempo es finito y mis emociones innumerables.
No puedo dejar de mentar en estas humildes palabras a Miriam, a Carmen, a Ana, a Marisierra, a Pepa y a Inma. Compañeras de corte y ante todo, amigas, de las que me siento orgullosa y agradecida. Agradecimientos también para los miembros de la Corporación Municipal que me brindaron la oportunidad de representar a la juventud egabrense. Al Barrio de la Villa, que meses antes me permitía simbolizar el centro histórico y matriz de mi pueblo para las fiestas de septiembre.
Pero si a alguien tengo que mostrar mi agradecimiento, es a dos personas. Papá, Mamá. Gracias por esforzaros durante muchos meses, sacrificando tiempo y dinero para que vuestra única hija cumpliera su sueño. Casi a tientas mi madre bordaba una ermita, unas sierras y un manto para engrandecer más si cabe la exaltación mariana en un modesto traje de gitana. Una sonrisa de mi padre cada vez que me veía, expresión que hacía cerrar sus ojos para no derramar una lágrima que se desprendía al dar media vuelta.
Y a mi sucesora, Cristina, amiga de la infancia, le deseo la mejor de las suertes en este año mágico. Me despido con un deseo. Ojalá todas las que en adelante pasen por esta suerte sientan en sus corazones el calor de un pueblo y el fragor devoto ¡Viva la Virgen de la Sierra!
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