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El vals más triste.
A propósito de un poema de Rafa Manjón
10.10.10 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Marea roja por el Danubio y lo que son las cosas. Strauss se equivocó de color al titular uno de sus mejores valses vieneses. La música siempre atiende en su creación a la fugacidad, pero la naturaleza apresa el destino con su eternidad, la mejor ventana a la que asomarse para observar impertérrito su lenta y evidente decadencia.
Entonces el Danubio era azul y Strauss captó lo inmediato en un tremolar de violines y unas flautas traveseras para describir el ensueño, la belleza, la grandiosidad y la intrínseca solemnidad de aquel cauce fluvial, arteria natural y artística por los siglos de los siglos.
Hoy en Hungría las lágrimas son rojas. Dicen que es el aluminio. En España se tiñeron de negro en Galicia, pero antes del color del cinc y el arsénico por Doñana, ese paraje que si fuera de piedra nadie dudaría en blindarlo sin ninguna concesión al hombre.
Ahora se vuelven a sacar del cajón las banderas de la alarma que reclama cuidar una naturaleza que no tiene suficiente con la enfermedad crónica que le aqueja: la codicia desmesurada del homo ¿sapiens? Lo que ha sucedido en Hungría con la rotura de una balsa de decantación de residuos de metales peligrosos sobre un afluente del Danubio, no es más que la punta del iceberg.
La crisis que nos azota tiene una clara trastienda, que es la demolición del sistema financiero, que se autodestruye como consecuencia de su despiadado modus operandi. Un golpecito en la espalda a los culpables de turno y una inyección económica envidiable para ellos, que nos han metido en semejante embrollo. Mientras reciben dinero quienes lo ganaron en demasía en época de bonanza, los que no nos enriquecimos a costa de nada tenemos que mirarnos con cara de tontos porque nos recortan hasta el pan de cada día.
Y la mayor perjudicada es la naturaleza, a todo esto. Nos la estamos cargando, así literalmente. Porque esta crisis tiene otro trasfondo, pero mucho más distante para el poder y menos interesante para el bolsillo. El anunciado cambio mundial de los mercados y los sistemas de producción, debe contemplar un distinto enfoque del pilar del que nos beneficiamos. Lo único que se pide desde algunos sectores es un poco de más sensibilidad, que no es mucho pedir.
Para qué lamentarse otra vez. Ahora pasearán por Hungría manos manchadas de rojo diciendo basta ya como el que le habla a las paredes. Aquí ya cayó en saco roto, compañeros. Los ecologistas, esos locos de verde, vaticinaban que el modelo urbanístico nos llevaría a la ruina, y cuando hablaban de ella lo decían en todos los sentidos, no sólo en la ecológica. Pero las corbatas respondían jocosamente ante esos lunáticos picapiedras, ¿verdad? Nunca estuve a favor de los extremos, pero cada día tengo más conciencia de que un ecologista habla desde el fundamento científico, y otros desde el cinismo. Unos, en su fanatismo, llegan con demasiada crudeza a la realidad; y otros bailan con la más bonita mientras miran a otro lado, brindando al sol con copas de cristal de bohemia.
Cuando termino esta epifanía del dolor y la contradicción, me acuerdo de Rafa Manjón al leer una de sus poesías en su “Incierto destino de los dardos”. Decía Rafa - refiriéndose a la naturaleza -: “ella nos da de comer y cobijo y nosotros la jodemos bien jodida”. El broche final lo dedica a un despiadado “almas de carbono, cuerpos de barro”. Rafa, no puedes tener más razón cuando sentencias: “Y nada de milagros, por favor”.
Yo tampoco creo en esos milagros, Rafa. Hace tiempo que se fueron a los fondos insondables de lo imposible. ¿Ves cómo al final teníamos algo en común en la visión teológica de la vida?.
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