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Enrique Morente: “al acordeón del puerto, le han estrangulado el cante”
18.12.10 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Hace pocos días veía un reportaje de Carlos Cano, aquel cantautor que inventó el himno de la alegría andaluza, “Las Habaneras de Cádiz”, mano a mano con Antonio Burgos. Recordaba ante las imágenes, el día en el que Granada le perdió muy cerca de Medicina, por San Cecilio. El frío cortaba las calles como cuchillos y los árboles eran esqueletos donde nadie podía parar para abrigarse. Había muerto una voz de llanto, de historias tristes como ese paseo a los pies de la Alhambra. Era el cantante del trigo y del barbecho. Atemperaba la pena y satirizaba lo más áspero de la sociedad, como en la “Murga de los currelantes”.
A los diez años, casi en el mismo punto del calendario, otro eximio granadino ha fallecido. Se llamaba Enrique Morente, y se seguirá llamando Morente en cada melisma que den a luz sus epónimos, en esa praxis tan del flamenco como el borbotón lírico de garganta a garganta, de sangre a sangre, de tierra a tierra. Si era catedrático para sus paisanos, más lo era para los flamencólogos. Tenía cátedras a su nombre y recibió por doquier reconocimientos y premios de tanta enjundia como el Nacional de la Música del Ministerio de Cultura. Era entonces, ese momento en el que el flamenco superaba el cerco popular, el estigma suburbial que algunos se resistían a quitárselo incluso tras Camarón, para pisar los laureles del triunfo incontestable y los privilegios del mercado musical.
Morente es en sí un túnel del tiempo en el flamenco. Bebió de sus fuentes, y creció sobre éstas desarrollando un estilo muy personal, altivo, tan alejado de lo convencional como las estrellas del rock. Precisamente en él, en el rock, encontró Enrique una piedra de toque en su tarea obsesiva de evolucionar el flamenco. Las colaboraciones con Lagartija Nick, una banda de poderosa fuerza en las antípodas del tópico flamencoide del grupo “El Barrio”, marcaron un hito. No cayeron en saco roto otras con “Los Planetas” y en definitiva una sucesión de proyectos de mestizaje musical, en los que el artista ponía de relieve que el flamenco no está tan lejos, como muchos creen, de otros estilos musicales.
Su admiración lorquiana le llevó finalmente a ser, también, parte de una elegía. Entre otras, puso música a dos elegías del “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” del gran escritor granadino. Desde entonces convivió en esa dualidad con su alter ego granadino. Lorca y Morente, poesía y voz, hermanas entre ellas como dando la razón a Verlaine.
Ahora, tantos años después de la muerte de Lorca en Víznar, emergen con brillo esos versos graves y rotos de dolor que dedicara el poeta Romero Murube a su amigo tras conocer la noticia de su asesinato: “al acordeón del puerto, le han estrangulado el cante”. El asesinato de Lorca fue el estrangulamiento, al fin y al cabo, del cante, que algunos, como Morente, se resistieron a perderlo y lo recuperaron para la música. Si Morente fue cante de aquel cante, ya saben lo que le han estrangulado nuevamente al puerto.
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