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Lo efímero
08.01.11 - Escrito por: José M. Jiménez Migueles
La definición que aporta el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua sobre este adjetivo es bastante insustancial. Básicamente, lo efímero es algo de muy corta duración. Ya está. No hay más. Sin embargo, son muchos los matices que pueden aportarse a esta simplista ilustración y es que, sin ir más lejos, la arquitectura efímera desde el Siglo de Oro español hasta bien entrado el Ochocientos es una magnífica muestra de cómo edificios creados con poco más que madera, yeso y cartón podían competir en igualdad de condiciones con las más bellas y dignas creaciones del género humano, más proclives al mármol, el bronce y el pan de oro. De ahí el gusto por lo efímero en este país y, más concretamente, en la Andalucía que a diario sufrimos a la par que disfrutamos.
La iluminación y decoración de nuestras calles en fechas navideñas es un ejemplo bastante esclarecedor de nuestro gusto por transformar la estética de nuestro entorno en función de las festividades más reseñadas del calendario local, regional e incluso nacional. Los patios de Córdoba, la feria y las cruces constituyen, en nuestro capital, el ejemplo perfecto de cómo esta arquitectura efímera, realizada en su mayor parte por artistas anónimos, puede rivalizar en competencia, popularidad y, la no menos importante, afluencia de visitantes y beneficio económico, con monumentos de importancia mundial como la propia Mezquita Catedral.
Hasta la vida misma es efímera, lo que muy probablemente explique que sea precisamente eso lo que de verdad busquemos en el desarrollo de la misma. Algo que tanto valoramos porque tiene un principio, un desarrollo y un final. No es un libro, una película o un disco al que se pueda acudir cuando necesitemos algo de los muchos valores que nos pueden aportar estos últimos. Amamos lo efímero porque lo vivimos. Efímero es un beso. Una mirada. Una determinada canción de un determinado concierto vivido en rabioso directo. Efímera es una lágrima, o un café con los amigos o una llamada de quien tanto esperas. Efímero es todo aquello que disfrutamos mientras lo vivimos y celebramos mientras recordamos. Especialmente efímera es, por tanto, la fiesta que año tras año se repite y año tras año nos emociona de especial manera.
Barrio del Cerro. El Señor del Huerto ora por las calles del Cerro. Unas cuantas velas encendidas, el susurro apagado de una oración, el frío de un invierno que se va y el calor de su túnica morada se repiten año tras año. Y la sensación, para cualquier hermano de su Hermandad, es la misma que años anteriores, pero, a la vez, tan distinta e ilusionante, que su simple recuerdo una tarde de enero provoca el escalofrío de quien esto escribe. Es el escalofrío de lo efímero.
Córdoba. Taller de talla en madera. Gubias, incienso y marchas. También torrijas, arte y prisas. Y cofrades. Muchos cofrades. Como cada año, el taller de Manuel Jurado y Miguel Ortiz se convierte en la Carrera Oficial de las muchas Hermandades que depositan sus desvelos en las manos de dos jóvenes artistas que a día de hoy son, sin dudarlo, el referente de la talla en madera de la ciudad de Córdoba, ciudad artística y artesana donde las haya. Pero allí la responsabilidad se confunde con la ilusión. El trabajo con la devoción. Y el arte fluye sin más. Una visita cualquier tarde de Cuaresma al taller de talla supone todo un curso acelerado de cómo vivir de la manera más intensa posible la época más intensa del año para cualquier cofrade que se precie de serlo. Es la época de lo efímero.
Teatro el Jardinito. Domingo de Pasión. La Cruz Parroquial abre el cortejo de quien, en su discurso, ensalzará la maravillosa sensación del ser cofrade en Cabra. Música de pasodoble que a todos nos sitúa sentados en una butaca desde la que este año asistiremos al Pregón de Mateo Olaya, quien en menos de una hora relatará a los presentes qué y cómo se siente ante el tribunal más preparado que puede presentar la ciudad de Cabra: su pueblo cofrade. No hay nada más efímero que un Pregón, un atril y el pecho descubierto ante el patio de butacas. Después, nada será igual. La palabra, efímera por definición.
Y un paso de palio. Con el trío final de la marcha Esperanza Macarena. Con la luna plateando la callejuela. El incienso combatiendo al azahar como perfume predilecto del cofrade. El paso, racheao, sin prisa pero sin pausa. El silencio como oración. La boca abierta, como expresión. Ojos vidriosos. No puede ser de otra manera. Los varales estremecen el oído de quien quiere escucharlos. La respiración entrecortada de los presentes. El niño que lanza besos a la Virgen. El calor de los cirios. El tintineo de las campanillas. Todo se repite. Pero es tan bonito y dura tan poco. Es tan bello y tan efímero. Es tan recordado y tan esperado. Es la Semana Santa, la mejor aportación que un cofrade podría aportar al Diccionario de la Real Academia española de la Lengua, aunque fuera en su novena o décima acepción. Lo efímero: aquel tiempo en el que todo se repite pero nada es igual; aquel tiempo en el que una simple levantá sacude el alma; aquel tiempo, en definitiva, en que los sentidos multiplican por mil sus sensaciones y las vivencias son infinitamente más cortas que la enorme satisfacción y el recuerdo que generan.
El recuerdo de lo efímero.
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