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Viernes de Dolores y Esperanza
15.04.11 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Estamos a Viernes de Dolores y se abre ese limbo en el que las vísperas se agotan, la espera mengua como esa ojiva que se acerca y las puertas de nuestra Semana Santa preparan sus goznes para abrirse de par en par. Se aproximan tanto las puertas como la esperanza de que los días volverán a escribirse con el color de la luz. Tanto como la certeza de que se recuperarán esos cielos perdidos. La ciudad abrirá su particular paréntesis soñado, un paraíso en el que encerraremos nuestros recuerdos para que la marea de la nostalgia los traiga y lleve a su barroco modo.
Todo se espera. Todos tenemos algo que esperar, y a todos se nos espera en algún lugar. En las iglesias ya hay tulipas cristalinas con pabilos por encender, donde en pocos días las llamas libarán el néctar de la flor más codiciada: la cera. Los palios van levantándose como catedrales sin luces. Los enseres se colocan en las capillas dibujando una naturaleza viva, no muerta, ávidos del calor de unas manos. Los contraluces de la tarde recortan perfiles, agrandan hechuras, potencian amplitudes y estrecheces. Todo se desconfigura, se descompone: la vida cobra otro color, otra luz. Nada es igual.
Somos seres entregados al silencio de unas manos, al escalofrío de unas lágrimas, al calor de unos labios donde cabe todo el dolor, como el que pronuncia sin sonido la Virgen de Dolores en su capilla de San Juan de Dios; que lo dice callada, pero nos lo dice. Lleva la penitencia escrita en su nombre, lleva el duelo cosido a sus ojos, donde sigue quedando un suspiro de amargor y llanto.
Pero el amargor se quiebra por mitad donde está la Esperanza, esa Dolorosa que conserva la esperanza de la belleza. Vela sola en su capilla de Santo Domingo, esperando a que sus ojos se encuentren con los de sus hijos. Lo hace en estos días renovada, con un nuevo atuendo que descubre su auténtica hermosura. En su lienzo de madera, se recrea de forma sublime la fragua del imaginero, que hizo posible esta maravilla escultórica que el Jueves Santo pasea bajo palio por la calle Juan Valera pespunteando el cielo verde de cornetas y tríos de clarinetes.
Y así, frente a Ella, comprendemos que la esperanza es el reverso de nuestros problemas, la página que nunca ha de mirarse por el envés si queremos sentirla siempre tan cerca como en estos días, en los que esas lágrimas se vacían de sus ojos y caen a nuestros pies para que nos demos cuenta de quién, verdaderamente, se entregó para hacerse sierva y esclava del Señor.
A dos días ya, de encontrarnos, como decía, con el primer misterio de todos, el de nuestras vidas, la Pollinita, que sólo podremos descifrarlo si lo miramos con el candor del niño que sale a buscarnos.
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