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Imagina… un Domingo de Ramos
17.04.11 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Y es que… hay días que los llevamos doblados en nuestros años. Días que se sienten hasta con los ojos cerrados. Hay días grandes que lo son porque el cielo te lo ha dicho con un color. Días que mientras esperamos a que se vivan, se imaginan. Por eso…
Imagina que ha llegado el día en el que definitivamente te sacudes los grises y las humedades que calaron en el invierno. Has llegado aquí atravesando una delgada línea en la que los días se hacían más grandes. Has encallado tu cuello y tus hombros en noches que todavía no te habían prestado su nimbar de misterio.
Imagina que hoy has mirado al cielo y te restalla con el poder de sus azules porque un pueblo estará levantando, en pocas horas, su Semana Santa al cielo. Que es hoy el día de la luz. Que sale de tu puerta el alma recién lavada y te bañas a cada paso con el aire de las palmas al sol. Que el tiempo te ha puesto, nuevamente, en la certeza de la primavera. Que el niño que fuiste, vuelve a serlo hoy, como niño eterno de Domingo de Ramos que eres.
Imagina que hoy Cabra tiene manos, porque estrena su cabal liturgia popular por donde la historia volverá a las calles. Estrena aire, color, ojos, piel y memoria. Te reencontrarás con las presencias en una alegría de abrazos. Te reencontrarás con las ausencias, que irán llegando como los cirios, en cada gota del tiempo desprendida.
Imagina que te diriges allí, para verle salir en una Pollina, y te sorprenden dos pasacalles que van hollando el paisaje de las calles. Suenan, como hace siete días, esas llamadas antiguas, que corren por todas las vértebras del egabrense anunciando a los cuatro vientos que todo está completo en ese instante.
Imagina que a cada paso que das, te das cuenta de que las calles están desiertas porque la sangre no fluye por esas arterias, sino que se congrega toda en el convento de las Agustinas. Porque la hermandad de la Pollinita es el corazón, sístole de la Semana Santa, donde se propulsa la primera cruz de todas las cruces de guía, el primer capuchón de todas las luces de las noches y los días, el primer paso de todos los pasos que estarán, precisamente, siguiendo tus pasos; la primera marcha de la sinfonía primaveral y eterna de Cabra; los primeros pies del laberinto de pisadas de sus costaleros y costaleras; el primer misterio de todos, el de nuestras vidas, que sólo podremos descifrar si lo miramos con el candor del niño que sale a buscarnos.
Imagina que se hace la tarde y salen de sus casas los primeros vuelos de capas blancas, dibujando con sus capirotes un paisaje de lanzas de esperanzas rojas. El tiempo se ensancha sobre nuestras cabezas. Aprendemos, como niños, que el Domingo de Ramos es un magisterio que se nos imparte para que encontremos el entendimiento.
Imagina que caes en la cuenta de esos impulsos que no se explican, de los signos que nos convocan a las emociones más íntimas, de ese ceremonial del pueblo que se sabe protagonista de esta tradición. Intuyes en los pliegues de tu alma, y en los rescoldos de la memoria, que hay gestos, lugares y sonidos que llegaron a la cita, puntualmente, desde las viejas sendas del rito y la regla.
Imagina que se encierran las inquietudes en una sacristía y se oyen las túnicas en el aire catedralicio de la iglesia; los rayos de luz peinan las naves y dan calor a sombras flamígeras de capuchones. Hay palomas en tu interior que te dicen que estás más cerca de Dios.
Imagina que conocemos esos primeros cirios que se alzan y esas primogénitas ceras que descienden sobre la pedrería descalza. Que sabes cómo se reza, cómo hemos de arrodillarnos; cómo se llora desde el corazón, con lágrimas furtivas que se secan en el interior, y cómo no se abandona a un hijo por la pureza de la misericordia.
Imagina que se cierra el día con la llave de la medianoche y un halo de tristeza. Te subiste las solapas no sólo para abrigarte de la brisa que anuncia el final, sino para protegerte de ese frío que ya sufre tu corazón al verse en el vacío. Te ha llegado de golpe, sin anunciarse.
Entonces, no imagines, como el poeta, que la memoria escogió el camino más corto para herirte. No marques tu pena en esa hora en punto, a las doce de la noche. No lo imagines porque será duro. Sueña con esas túnicas blancas, vuelve a ellas, sin manchas, inmaculadas, que estrenan con palmas el rastreo de las calles. No buques entre los vivos a quien hoy nos amanece en la vida. Mira al cielo de una palmera y allí lo encontrarás, entrando en nuestras almas a lomos de nuestros corazones.
Sueña, entonces, que siempre serás niño eterno en Semana Santa y siempre será Domingo de Ramos.
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