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A un hermano cofrade y amigo
20.04.11 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Te has parado a pensar, mientras reposa en tu bolsillo la estampa que ese capuchón te dio, que los recuerdos siempre se parecen en parte a la realidad. Quizás sea así mejor, para que no mueran nuestros sentidos de dolor por esos trances que cayeron alguna vez a nuestras espaldas.
Ayer un capataz de Cabra tuvo que dejar de serlo, porque se le partieron las esperanzas en mil pedazos, porque todo bajó a los sótanos de lo prescindible cuando la noticia llegó como un jarro de hielo. Ni siquiera de agua fría. No, de hielo. Tantos días esperando y el destino le alcanzó con la crueldad de los clavos del crucificado.
Ayer para la cofradía de la Sentencia el cielo gris era, quizás, lo de menos. Uno de sus hermanos más carismáticos preñó la iglesia de su ausencia. Falleció un familiar cercano de ese cofrade que tantas primaveras le contemplan desde abrazos al martillo y trabajaderas, de una persona entregada a su mujer, a sus hijos, a su familia y a su pueblo, con sus cofradías.
Omito su nombre, pero muchos sabrán de quién hablo. Él, que soñaba con su Martes Santo, poniendo ojos a los de sus costaleras, trabajadoras del costal y benditas ellas entre todas las mujeres, tuvo que irse para empuñar un aldabón de acero desolador y sacar su más frío paso de Cristo. ¡Quién lo diría, amigo!
El Domingo de Ramos iba de la mano con su hijo descubriendo una nueva Semana Santa, con su cámara al hombro, estrenando el rastreo de las calles. Felices como nadie más, ilusionados con ese paraíso soñado que todos buscamos, con la cara de asombro ante lo que sus ojos tenían delante en siete días. El Lunes Santo ahí estaban, nuevamente, como siempre, en una esquina esperando el plano perfecto al que ponerle la luz adecuada para sacar la mejor foto, porque luego, ¡ay!, había que comentar todo el universo que encierra una sola imagen, ¿verdad? Acuérdate… de esa jungla de cera inmortalizada en tu objetivo.
Nunca es buen momento. Nunca es el día en el que tiene que alejarse tu corazón de otro corazón. Pero es que este año bien merecíais el reposo del sufrimiento. Se trataba de que junto con tu familia, vivierais un Martes Santo especial, de que el Jueves Santo por la mañana sacaras nuevamente, como hicieras hace muchos años con el Sepulcro, un paso que estrenaba misterio de amor en las calles. De que en la madrugada, pudieras mirar al Cristo de la Humildad y Paciencia y encontrarte en el cristal de sus ojos con la sonrisa del “Abó”; por lo menos que la marcha “Martirio” fuera un cántico al cielo con el que tus hijos comprendieran que su abuelo está siempre allí arriba, y que tu mujer encontrara una espalda sobre la que dejar lágrimas de hija, que las emociones siempre necesitan su hueco para escaparse.
Te eché de menos ayer, comandando tu cuadrilla de costaleras de la Sentencia. Pero allí estaba tu hermano David, pensando en ti y sintiéndote tan cerca como el corto espacio que hay entre un izquierdo y otro. A él le acompañó otro cofrade de los de verdad, el capataz del Lavatorio.
¿Y sabes? Sonó “Y bajó del cielo”, esa marcha fúnebre consoladora que las Angustias interpretó de forma magistral. Pero cuando más supe de tu ausencia fue en “Consuelo Gitano”, porque de esta marcha habíamos hablado en más de una ocasión. El Señor de la Sentencia iba con su mirada casi apartada, en un amago de desviar su pena. El sol se coló entre dos naranjos y dio su punzada de luz deslumbrante. El paso se perdió con la arrancada final de la marcha. Se lo tragó el naranjo de la esquina, mientras Cristo escuchaba esa sentencia que ayer a ti y a todos los tuyos te leyeron injustamente. Hay papiros que nunca deberían haberse abierto.
Sólo nos queda el futuro, hermano cofrade y amigo. Los recuerdos de hoy serán mañana heridas que cicatrizarán con la virtud de la resignación. Eres de los que piensan que todo merecerá la pena, hasta la pena más grande. Por eso volverás a empuñar el martillo, y con él a sentir que siempre hay un hilo de esperanza. Que Dios aprieta y no ahoga – qué fácil es decirlo-. Porque el tiempo volverá con su realidad a medias y aunque la Sentencia seguirá saliendo el día en el que se fue un ser querido, siempre podrás perderte en sus manos atadas, y anclarte con él a una tarde azul que te devuelva a la ilusión que ayer te robó el destino.
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