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Camino de subidas y bajadas
31.08.11 - Escrito por: José M. Jiménez Migueles
“La existencia es un camino en el que no existen los viajes llanos, todo son subidas o bajadas”
Arturo Graf
Allí estaba él. El polvo que los miles de peregrinos habían levantado durante toda la mañana dibujaba, en su camiseta, una amplía geografía de continentes que parecían entrelazarse con el agua que cada uno de los poros de su cuerpo expulsaba debido al esfuerzo cometido. Allí, entre el sudor y la arena, entre el cansancio y la alegría, brillaba sobremanera una medalla de plata y un cordón coloreado que prestaba cierta festividad al rostro fatigado de aquel primerizo en estas lides. Pañuelo al cuello, también de colores, remataba la estampa morena del que, absorto, confirmaba, una por una, todas las sensaciones que le habían augurado que viviría un día 4, durante los poco más de quince meses en los que su chica, natural de Cabra, desgranara, de manera más o menos habitual, cada uno de los misterios que envolvían las tradiciones septembrinas de su pueblo.
A lo lejos, una pequeña anda de plata cobijaba una pequeña imagen de la Virgen, conocida como la de la Sierra, que, estando a punto de terminar el agreste camino por el que bajara, aún guardo un minuto para virar su mirada a todos aquellos que la reclamaban desde las frías plantas de un hospital. Fue entonces cuando la explosión de color, de sonido y de júbilo tuvo lugar. La que llamaban Patrona de la Ciudad enfiló la última curva del camino para poner, por fin, sus divinas plantas por las primeras calles del pueblo. Aquel chico se echó hacia atrás, como no queriendo estorbar a todos aquellos que esperaban este momento durante todo un año y, muy posiblemente, durante todos los años de su vida, y se limitó a contemplar. La gente cantaba las Coplas. La multitud vitoreaba a la Virgen. Por unos minutos, nadie parecía tener problemas allí. Los caballos eran legión. Más aún los ancianos y ancianas de aquella barriada que rendían pleitesía a la Señora como si toda la vida hubiera sido vecina del barrio. O quizás Presidenta, que para eso lleva Su nombre. Lágrimas. Vivas. Oraciones. Cantos. Reencuentros. Y un tambor y una bandera.
Fue entonces cuando despertó del pequeño letargo del que se había dejado invadir. Su chica, fuertemente agarrada a su mano desde primera hora de la mañana, le obligaba a salir corriendo para colocarse justo bajo aquella bandera que estaba empezando a ser revoloteada al son de un arcaico tambor. No entendía nada. Pero disfrutaba de la emoción compartida con el resto de personas a las que imitaba gritando los vivas que todas emitían.
Acabado el revuelo, la Virgen les había pasado justo por el lado. El gentío se apresuraba a recuperar el terreno perdido con los costaleros y el portador de la bandera corría como un loco a recuperar el sitio del cortejo que no tenía que haber abandonado. De repente, solos. Él y ella. Una mirada, una lágrima, un abrazo y un beso, un largo beso. Duró tanto el beso, que, agarrado de su cintura él, los brazos al cuello ella, percibieron, en su instante, que allí firmaban, ante la ciudad misma, que el cuatro de septiembre sería el día en que ambos conmemorarían, a través de todas esas subidas y bajadas, que la existencia de cada uno de ellos se uniera, de forma definitiva, al amparo de aquella imagen sagrada que en aquella primera bajada bendijo para siempre el amor de aquellos dos jóvenes.
Y dicen que la tradición continúa. Y que siguen bajando, cada día 4, con sus hijos. Y que lo harán, algún día, con sus nietos. Siempre, cogidos de la mano.
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