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Bandera de Soledades.
12.09.11 EPOPEYA (VUELTA II) - Escrito por: Eduardo Luna
Aquella noche al mirarme al espejo, entendí que una vida es más fácil vivirla surcando en los mares de una ojera. La noche pesaba en mi cara más que el gatillo de un asesino cuando está esperando que el diablo apriete su conciencia y su valentía. El baño estaba oscuro y la luz sólo iluminaba de una forma tenue, un libro y un vaso de whisky con las miserias del hielo encima de una mesa que tenía las arrugas de una historia que ya parecía insostenible. Me miré una y otra vez al espejo y no encontraba ni al príncipe, ni a la bruja, ni al sapo, sólo cruzaban ante mi, los personajes a los que tuve que darle cobijo en un ir y venir de hilos inspirativos y reales que me hicieron retroceder hasta en mi propio futuro.
El diablo, de chaqué, se cruzaba de una punta a otra del pasillo mientras sonaba el teléfono de una manera incesante. Los últimos meses habían sido tan duros como escalar por el cuerpo de una mujer sin poder culminar la batalla aún queriéndolo con todas tus fuerzas. Al descolgar el teléfono, escuché el susurro del director del periódico, eran las tres de la madrugada. Me dijo que Imán había vuelto a la ciudad y no precisamente para dar un paseo por Green Park, sino para volver a escribir una bella y sangrienta historia de amor y odio. Mis ojeras y mis alucinaciones se incrementaron por segundos, pasaron delante de mí, todas las víctimas, de la A a la Z. El sonido de los disparos, aquel beso de plata que estuvo a punto de costarme la vida, la foto que muchos soñaban y que yo guardé en un viejo rincón olvidado dónde los libros sólo servían para adornar el water. Imán volvía y desde ese preciso instante no sabía si aparecería por mi apartamento en menos de unas horas que colapsarían el tiempo de un reloj sin alma. Recibí un aviso en mi busca, sólo decía, Robert Palmer, una dirección, una vida, un difunto que cuenta sus horas para cobijarse entre madera. No podía ser cierto, Robert Palmer era un afamado mago que se ganaba la vida encantando serpientes, mientras se acostaba con víboras ancianas y se excitaba viendo su cuenta corriente. Ese hombre no tenía una mala vida, simplemente era una simplificación del estado del bienestar a costa del dinero ajeno. Imán iría a por él, sería un ajuste de cuentas improvisado, como un beso en mitad de una canción que nunca nadie canto. Me puse en contacto con el Club Rose Spencer, dónde trabaja el mago y al descolgar el teléfono sólo se escuchaba el gemido de una pobre mujer que aún pretendía hacer eyacular a un tipo que babeaba alcohol igual que una catarata de tormentos con una orquesta de fondo. Robert Palmer había desaparecido y nadie había olido su perfume en tres horas. La noche dejó de mirarme a los ojos fijamente, no encontraba salida, hasta el túnel de Epopeya se parecía a un halo de luz en mi particular oscuridad. No entendía nada, no sabía dónde estaba Imán, no aparecía Palmer, el periódico ardía en llamas esperando carne fresca para llevársela a la boca del director. Sin remediarlo bajé a Epopeya, allí Kutty me esperaba una vez más, su olor y su aliento se confundían con la fragancia del fracaso. La besé y ella sólo me miró pidiendo auxilio. La noche se había vestido de negro para bailar un valls de difunto. Esto sólo había vuelto ha comenzar una vez más….
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