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Mástil de lunas negras.
20.09.11 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
Más alcohol era imposible, la luna ardía en azul mientras con las yemas de mis dedos acariciaba las páginas de un diario escrito en mi estómago. Se trataba de acercar el día a la noche y hacer de la noche una poesía de cumbres borrascosas para tener un solo atisbo de certeza sobre la desaparición del mago Robert Palmer.
A este personaje lo podíamos definir, como ese gran inútil genial que conquistaba con su verbo lo que no era capaz de conquistar con su sonrisa. Había desaparecido en mitad de un espectáculo, sus admiradoras más perversas se miraban para ver quién de ellas había perpetrado el crimen perfecto. En toda esta historia, mientras ojeaba su historial, sólo había una posible sospecha, el ajuste de cuentas. Y quién mejor que Imán para resolver un caso de 9mm o un certero amago de plata seccionando la propia alma de Palmer. En mi estrecha habitación sólo veía rutinas, plantas secas, vasos vacíos y una cama llena de soledades y confesiones. Sólo hacía unos minutos que había dejado en Epopeya a Kutty, ardían mis labios de saber que ella podría aparecer en cualquier momento para utilizarme y hacerme suyo, pero a su vez para deshilar esta historia que pintaba cruel. El reloj en mitad del ruido de la noche me desesperaba, el insomnio bailaba a mi lado y cantaba blues y mi espacio no podía contener más whisky por aquella noche. Entonces sonó primero el móvil y después recibí una contraseña a través de facebook. Abre esa puerta por la que pisa el crimen vestido de negro y blanco. En cinco minutos el timbre de mi apartamento sonó levemente, suave, sin tristeza y resignación. Al abrir recibí un puñetazo en mi mejilla derecha y un beso de pausas largas en la izquierda. Sobre mis labios puso sus dedos estilizados con uñas negras y afiladas. Su cuerpo aún olía a café expreso y sangre fría. Imán no hablaba, sólo ejecutaba. Te dije que volvería a verte y más temprano que tarde estoy aquí. Otra vez has jugado con la muerte al póker y has ganado, supongo. Tu lo has dicho chupatintas débil, cobarde, escueto y apasionado sólo en ocasiones. Palmer ha muerto, si, entre mis manos frías, sedientas, escrupulosas y mensajeras del mal. Se ha ido, si, en el servicio de Club Rose Spencer, su última visión ha sido el water blanco y pudiente de su inmensa estatura, porque eso era su vida, un inodoro blanco y lleno de miserias. Sabes que había hecho este gusano disfrazado de mago barato?. Había estafado a más de cien mujeres, robado más de un centenar de corazones, abusado de jovencitas a plena luz de la noche y vendido a prostitutas para abastecer su ego de polvo blanco. Ese era Palmer. No entendía nada, sólo me dedicaba a escribir crónicas e historias insólitas que ocurrían en aquella ciudad. Imán era una asesina y dormía en mis labios. Me deslizó por sus mejillas, acaricié su lengua tan despacio que hasta pude sentir el sabor amargo de la muerte. Su piel era como una catarata de sensaciones que se escapaba de mis manos como huyendo hacia atrás. Tras el exceso del sexo, volvió a desaparecer y volvió a dejar una nota en mi mano. No me busques, no hables de mi con nadie, no pierdas mi perfume calado en tu piel, si lo haces vendré a por ti y serás víctima de tu propia víctima.
Mi corazón escribía aquella necrológica tan deprisa como mi mente, Palmer había muerto en su propio truco, sin pistas, ni daños colaterales, sólo pasión en manos de la propia pasión. Imán era el polvo sucio de una historia que no desemboca en finales. Imán sólo era eso, el placer de la sangre y el sexo.
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