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Sobre diferencias y diferencias.
11.12.11 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
No es nada particular que somos animales de rituales, o de costumbres, que me parece una palabra más andaluza. Quizá por esto siguen teniendo éxito las religiones. A lo mejor algunos ya no vamos a la iglesia para oír misa de 8 o de 9…, pero la gente sigue juntando pacientemente su dinero para pasar por la vicaría, algunos bautizan a sus hijos aunque no se hayan casado –“porque los niños no tienen culpa de que los padres sean de esa manera”– y, desde luego, la mayoría sigue enterrando a sus muertos o quemándolos, que es otro ritual muy antiguo y que a mí no me parece menos religioso. Y es que, nacidos en sociedad, aprendemos pronto, a golpe de premio o castigo, cuáles son las formas que refuerzan nuestros vínculos sociales, y no es fácil ser diferente, me refiero a serlo de verdad.
La diferencia está estandarizada también, y quizá pruebes a ser diferente vistiéndote de otro modo, o tomando drogas, o haciendo de tu perro, coche o tu escritor favorito tu religión, pero esta diferencia te deja dentro de los cánones autorizados por la sociedad, que explotaría si no hubiera un sitio estanco en el que residiera lo distinto, pero bien comunicado con la normalidad.
Desde luego, los ha habido muy diferentes: algunos locos en su tiempo histórico son genios en la actualidad. Antaño, teníamos instituciones muy bien definidas donde encerrábamos a algunos de los que habían visto su verdad y no podían resistirla. Ahora ni eso. Ya no tenemos dinero para institucionalizar a nadie, ni a los que voluntariamente nos institucionalizaríamos –tal como están los tiempos, esto resolvería el problema a algunos–.
Y es que somos tan iguales…, y con la globalización todavía más, que ves a los indios visitando el Vaticano y te alegras mucho de que vayan vestidos con sus sharis. Y también me alegro de que algún amigo siga cumpliendo con el ramadán, aunque no me alegre tanto de otras costumbres que pueda tener.
Es tan asfixiante que todos tengamos los mismos hobbies, vistamos iguales, votemos a la derecha o a la izquierda –que además son casi lo mismo– y hablemos la misma lengua, siendo esta además el vehículo privilegiado para la unificación del modelo cultural. Sólo me parece muy exigible la homologación respecto a algunas conquistas a las que no hemos encontrado alternativa posible, por ejemplo los derechos de las personas. Nadie puede ampararse en la diferencia para masacrar la vida de alguien o imposibilitarla de un desarrollo digno. En este punto el marco cultural de Occidente ha ganado la batalla homogeneizadora y sólo en este marco es posible la diferencia tan necesaria.
Respecto a esto último, del respeto a los derechos humanos, hay una o varias formas de vivir privadamente la sexualidad que, aun estando dentro de los cánones permitidos legalmente, en muchos casos permanecen silenciadas por quienes las experimentan. Ya que empecé este ensayito hablando de religión, terminaré hablando de sexualidad, que es otra de esas costumbres bien arraigadas; eso tiene el llevar aparejado como compañero al placer. Yo me sigo sorprendiendo, y mucho, de que estemos tan informados de las diferencias y seamos tan democráticos –que no lo somos– y que la homosexualidad no sea una opción aceptada sin reservas por todo el mundo, sin citar otras opciones todavía menos habituales. Desde luego hoy ya no son perseguidos, faltaría más; pero siguen siendo sofocados a través de un mutismo cultural, que no los trata en igualdad de condiciones con las prácticas heterosexuales, las cuales hace tiempo, por cierto, dejaron de tener como función primera la procreación, por cuestiones económicas o culturales.
Este es el precio de vivir en sociedad: (a veces) amparo por amputación. Pero la alternativa no existe, no es posible salir fuera de nuestros vínculos, aunque sí cambiarlos. No es siempre posible quitarse la camisa de lo humano, a veces demasiado humano.
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