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“¿DULCE Y BLANCA NAVIDAD?”
29.12.11 - Escrito por: Domingo Fernández Tovar
 Afortunadamente he superado esta primera fase de la dulce y blanca Navidad que para muchos es amarga y gris a causa de la marimorena que tenemos montada desde que estalló la crisis mundial. Puedo presumir de haber salido indemne de la avalancha de e-mails cargados de buenos deseos, remitidos por gente que habitualmente no te saluda cuando te los cruzas por la calle, y de haber sobrevivido al aluvión de SMS dulzones y empalagosos que colapsan las redes de telefonía en estas fiestas tan familiares y entrañables.
Un año más, y pese a que los ratones financieros nos han roído los calzones, hemos celebrado estas fiestas con el exceso consumista que las caracteriza, olvidando que mientras unos pocos deambulan por el mundo con una buena cuenta corriente bajo el brazo, otros muchos nacen en un pobre pesebre entre un buey y una mula o, en la versión moderna, haciendo cola en la puerta de una oficina de empleo.
Dice el villancico que "la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va" y al marcharse se ha llevado los buenos sentimientos que nos han embargado por unas horas, a lo sumo unos días. Un año más dejamos atrás las operaciones kilo, los maratones solidarios, las recogidas de alimentos para los más necesitados y la batería de buenos sentimientos propios de estas fechas.
Cumplida la misión de que todas las familias tuvieran un trozo de pan que llevarse a la boca en la noche en la que celebramos el nacimiento de Dios, nos entregamos complacidos al disfrute de comidas opíparas y abundantes, pero con la conciencia adormecida por los excesos y sin importarnos lo más mínimo que después del “25 de diciembre, fun, fun fun” todo vuelva a la normalidad, por muy injusta y cruel que esta sea. ¿Que más da que durante los restantes 364 días del año esas personas no tengan nada que llevarse a la boca? ¿Acaso somos nosotros responsables de la situación en la que se encuentran?
Continúan bebiendo los peces en el río, “beben, y beben y vuelven a beber”, y lo hacen con tanto ímpetu que pasan de ser alcohólicos anónimos a borrachos impenitentes, mientras una burra cargada de chocolate, “yo me remendaba, yo me remendé”, prosigue con paso cansino e imperturbable su camino hacia Belén, en la confianza de que ninguna operación anti drogas se interpondrá en su misión.
Ahora enfilamos el camino que nos lleva hasta la Nochevieja, donde daremos la bienvenida al año 2012 que amenaza con ser más aciago aún que el infausto 2011 que despediremos sin nostalgia alguna con el soniquete tradicional de las doce campanadas. Nuevamente todo será alegría, desenfreno y buenos deseos para nuestros congéneres, así que volveremos a entregarnos con entusiasmo y frenesí a desempolvar la bota que nos sacará María, a empinar el codo y a emborracharnos para exorcizar los negros presagios que se ciernen sobre el año venidero.
Pero no sólo de pan, requesón, manteca y vino viven el hombre y la mujer, así que con el sonido de las campanas de Belén, y puesto que ya vienen los Reyes por el arenal, “pampanitos verdes, hojas de limón”, cantaremos, reiremos, beberemos y le daremos a la zambomba y al almirez para olvidar los problemas y como no hay mal que cien años dure, “nosotros nos iremos, tururú, y no volveremos más”.
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