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Elogio del agua
17.01.12 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Ha llegado el agua que se ha hecho esperar demasiado. Pero no ha venido para quedarse, como el viajero que arriba y no tiene prisa. Cogerá, en breve, carretera y manta hacia ese lugar de donde no se sabe cuándo volverá. Mientras tanto, está la tierra celebrando la gracia de la cortina que nace en nubes empeñosas y muere en el terrón seco. Lo está celebrando.
Porque ni las arterias del campo llevaban sangre, ni el paisaje se podía advertir en la acuarela líquida de un camino de charcos, ni la tarde pasaba entre el rumor de la cascada. Tampoco los árboles bailaban sobre el murmullo del viento húmedo, con el anuncio de lluvia en el vuelo impaciente de los pájaros, ni la Fuente del Río crecía a ritmo de chaparrones mientras su manantial iba contando los días que le quedaban si no le llegaba su ración. Tampoco la Nava era el arrozal de otras veces por estas calendas, y amarilleaba la hierba como si de lejos oteáramos un campo de espigas doradas.
Diciembre fue azul. Tanto que la Navidad de blanca no ha tenido nada. Y enero lo estaba empezando a ser. El sol derramaba sobre la tierra luces inquisitorias que caldeaban el suelo con tanta crudeza que hasta se intuía el adelanto del bullicio primaveral de la vida. Alguna planta contrariada daba su acento de color con una flor temprana y los bosques eran esqueletos de hojas mudadas, con alguna yema furtiva descarriada. Se había ido el encanto de pasear buscando el abrigo de un hilo de sol, porque la piel tenía queja de la media flama que dejaban los insistentes días azulados.
El campo rogaba agua y la luz una bóveda de grises donde esconderse. Que ya llegará marzo, y será tiempo de luz de vísperas cuando los almendros hayan vestido de blanco y los naranjos le empiecen a poner al aire su nuevo e inconfundible perfume de primavera.
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