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Nunca es tarde
07.02.12 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
El mayor patrimonio de un país son sus ciudadanos, ¿verdad?. Podemos tener minas como Sudáfrica, gas natural como Argelia, o cabezas de ganado como Argentina, pero nada tiene utilidad si no sabemos explotarlo y utilizarlo para vivir mejor. No estamos aquí para que las rentas del capital sean cada vez más amplias –aunque parezca un chiste hoy día–.
Lo único que nos debería preocupar es que todos los que vivimos lo hagamos lo mejor posible. Pero confundimos lo que es vivir bien. Dice un antiguo proverbio sumerio: «Mano y mano construyen la casa de un hombre; estómago y estómago destruyen la casa de un hombre». A pesar de la pérdida tan importante de los primeros restos de escritura, pasear nuestra «mente de domingo» sobre estos textos nos permitirá apreciar qué poco hemos cambiado. Desde que el hombre es hombre, sabe que el esfuerzo le llevará a vivir su esencia de forma más plena. El esfuerzo mental le parecía a Schopenhauer –filósofo del siglo XIX– la raíz del sufrimiento, porque cuanto más conscientes seamos, con más lucidez podremos apreciar la fuerza irracional que está en el interior de la realidad. Pero nosotros no estamos tan frustrados como Schopenhauer, porque no somos solterones y sin éxito –seguro que no ambas cosas a la vez–, así que debiéramos pensar que la cultura es también el instrumento para ser más felices, aunque también, en determinados momentos, constituya un medio para ser más conscientes de la desgracia.
Con la nueva noticia sobre la reforma del sistema educativo, que ha logrado que se nos olvide que nos han subido los impuestos, uno escucha aquí y allá opiniones a cada cual más coherente. ¡Qué claro lo tenemos todos! En la radio, en los periódicos, en los colegios e institutos, hasta mi panadero estoy segura que sabe lo que hay que hacer con la educación –por la racionalidad de sus anteriores intervenciones mientras me despacha el bollo diario–, y, sin embargo, los partidos mayoritarios que se reparten la mayoría del Congreso como si de un péndulo se tratara, no parecen oír lo que todo el mundo dice. A lo mejor nosotros tenemos la culpa por no leer los programas políticos y votar propuestas que se sitúan lejos de nuestras sensibilidades. Pero las ideas de los programas políticos, ya sabe usted que, con la situación de excepción en la que nos encontramos, han sido relegadas a un segundo plano y no constituyen proyectos de nada, solo se acudirá a ellas cuando la situación lo aconseje.
Así que, casi todo el mundo está de acuerdo que elaborar una ley de educación tras otra, o realizar parches en la que exista y dirigirse a cuestiones menores como la Educación para la Ciudadanía, no es lo que necesitamos para ser más cultos y productivos. En las aulas existen problemas muy graves, para estar debatiendo sobre si se les dice a los niños que abortar es bueno o malo. Los docentes no se dedican a esto en las aulas –ni siquiera los de Educación para la Ciudadanía–, eso lo dejan para los padres, algunos de los cuales debieran poner en el rendimiento de su hijo la mitad de atención que ponen en estas cuestiones, que son privadas. No me refiero a que esta materia no tenga su importancia, pero no es el primer asunto que debería acometer el ministro por mucha presión que reciba de la Iglesia. Esto nos señala en manos de quién estamos.
Después de la ampliación de la edad obligatoria, destinada a mejorar el nivel académico de la población, lo que tenemos es un enseñanza obligatoria cuyo nivel de conocimientos es para echarse a temblar, según sabemos por los informes internacionales, y por los informes que llegan a las casas cada trimestre, y esto habiéndose producido una bajada de exigencia, porque,
si no, no aprobaría ni el gato, y produciríamos abandono escolar, que no se puede porque estamos en la enseñanza obligatoria. Así que en esto están todos los días los profesores, teniendo la vigésimo quinta charla con fulano, aconsejándole que se esfuerce de una vez, para que pueda irse – con su titulo– y descansemos todos.
Otro problema grave es la falta de recursos de todo tipo: humanos, instrumentales… La aplicación de los programas de bilingüismo, por poner un solo ejemplo, no puede dar fruto porque no hay dinero para implantarlos de forma generalizada. Los profesores y la población en general ha colapsado las escuelas oficiales de idiomas y estudiar inglés con una garantía de rigor no es tan fácil como parece. Esto sin contar que nuestra sociedad está apartada en lo cultural de estas prácticas –y de otras para desgracia de todos– y su adquisición social es por tanto todavía más dificultosa.
Respecto a la formación profesional, que podría ser una solución para mejorar económicamente, el enfoque debe cambiar y que no sea un compartimento estanco donde vayan a formarse los que han fracasado en las anteriores etapas educativas. Todos debemos poner de nuestra parte, para ser más cautos en los juicios y otorgar el valor que tiene a un plato bien hecho en un restaurante, un edificio bien construido o un pan riquísimo. Porque, si las cosas se hacen bien, tal vez tengan éxito económico: mi panadero lo tiene. Pero, después de que los ciudadanos queramos ser buenos mecánicos, es necesario que haya suficientes tornillos en el aula del instituto para que los alumnos puedan aprender, por poner un ejemplo tonto. Con déficit en los medios los fines alcanzados serán bastantes más escasos.
Parece que falta mucho dinero, ¿verdad? Siempre fuimos un país pobre, y ahora algo más que pobre, endeudado. Así que, como dice algún compañero en otro diario digital de los que usted lee, no nos queda más que correr con el rigor y la disciplina de los atletas africanos para alcanzar el éxito. Hay muchas cosas que hacemos bien, y no creo que la mayoría de estas sean desarrolladas sin esfuerzo y disciplina, sin amor a metas grandes. Despojémonos de complejos y pensemos que nunca es tarde para empezar a cambiar.
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