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El Juicio
11.02.12 - DESDE LOS MIRADORES - Escrito por: Rafael Valentín Villar-Moreno
El reo ha sido llevado por envidias, calumnias y despecho ante la Suprema Corte encarnada en Poncio Pilato. Tras las cuestiones previas, que se resuelven en su contra, comienza el juicio en si mismo. El fiscal no lo tiene nada claro, pero la acusación particular insiste en su demanda. El reo se defiende a si mismo, pero en cierto modo Claudia Prócula hace de defensora.
El presidente del tribunal comienza el interrogatorio, y tras efectuarlo declara no hallar culpa en ese hombre, pero la acusación particular disiente y en su turno recuerda al tribunal que ese hombre es un agitador. Entre otros ejemplos cita que arrojó a los mercaderes del Templo. Por ese camino no parece que la acusación prospere, pero pide a Pilato que en su día instruya por ese motivo una parte separada. Por si acaso.
Ahora saca a relucir la acusación de fondo: sedición. Este hombre atenta contra el poder constituido, César y su Imperio. Hay un peligroso precedente, la doctrina que defiende tuvo éxito en Bretaña, y César Augusto, fue encarcelado. Por motivos caritativos de salud, que no son aplicables en ningún modo a este caso, César Augusto fue liberado y deportado allende los mares, con tan buena fortuna que durante la travesía recuperó súbitamente la salud.
Este hecho demuestra lo peligrosa que esta doctrina es. No se puede predicar la igualdad, el amor y la justicia. Los argumentos de la acusación son incontestables. Si se practica la igualdad, no puede haber esclavos, y los mercados pueden reclamar al Estado que los tenga. Si se practica el amor, no habrá odio y si se practica la justicia, aviados estamos. Tan sólo faltaría que cualquiera pudiera acudir a los tribunales y demandar por causa justa.
Estos argumentos convencen a Pilato, quien no obstante y ante las continuadas súplicas de Claudia Prócula, se carga un papelón doble, sabe de antemano que no va a dar resultado, pero que él puede quedar como Dios. Así que por motivos caritativos ordena dar al reo una paliza de muerte, y luego lo presenta al pueblo. Al hacerlo, lo confronta con un criminal confeso: Barrabás. El pueblo elige a mano alzada a Barrabás.
Queda la causa vista para sentencia, que se dicta de inmediato, y de inmediato se cumple.
Notas a pié de página:
Tengo la impresión de que de manera subliminal de alguna manera he mezclado dos historias parecidas, las releo y encuentro varias diferencias.
En una la votación fue a mano alzada, y la otra en las urnas.
No queda nada claro que el pueblo asistente a las puertas del Pretorio, clamara en ambos caso a favor de Barrabás.
Creo que me he liado con César Augusto.
Quizá sea oportuno aclarar que en mi opinión, la actitud de la defensora Claudia Prócula. Que no merece la falta absoluta de cordialidad, que hacia ella se sigue manifestando, por una parte del “capillismo” sevillano.
Amplío datos del castigo del reo, fue azotado y crucificado. Durante los azotes fue despojado de sus vestiduras y disfrazado zafiamente de Rey. En la ejecución volvió a ser despojado. Otros reos son destogados y civilmente crucificados. Y otros se quedan con los trajes puestos.
Dos señoras portavoces alzan las suyas reclamando el respeto a las decisiones judiciales. Las citadas señoras deberían saber que el respeto es una virtud innata, pero graciable, y que los poderes públicos han de revalidar a diario ser merecedores de la misma. Cuando en Sevilla, en Valencia o en Madrid, se suman tantas voces a las críticas de unas decisiones cuestionables, no se puede por imposición convertir a las mismas en incuestionables. Había ciertamente un tufillo de amenaza en esas manifestaciones. Acabar con la libertad de expresión es propio de los estados totitalarios, así que adelante.
Por último, es incierta la creencia de que Poncio Pilato tuviera bigote. Aunque la cosa si que los tiene.
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