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Carnaval
15.02.12 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Es carne antes de ceniza, alimento antes de ayuno, pasodoble antes de saeta, guitarra antes de corneta. El Carnaval rompió con decisión su silencio cuando cayó la voz del mando férreo, cuando la sociedad consiguió despojarse de aquella obligada inocencia de la fiel obediencia, cuando se fueron los días del imperativo y de las preguntas sin respuesta.
Cabra vive con pasión el Carnaval, porque es un pueblo que exprime cada minuto que gotea de la clepsidra del tiempo, porque la vida, sin pasión, es un mar sin azul, un camino sin destino, una alegría sin nadie para compartirla. Cabra se entrega a su Carnaval, porque quienes lo hacen posible, cada año, son los mismos que se beben los vientos por ella. Cabra es Carnaval, porque no quiere dejar de sentir los pulsos de su propia vida, porque quiere tener muy de cerca los ritmos biológicos que la hacen ser ella misma.
La grandeza del Carnaval está en lo barato que vende su felicidad. Para expresarse, se vale de poco, de lo justo. Para alcanzar la felicidad, sólo basta una garganta libre, unas cuerdas al viento y un corazón abierto, haciendo de esa máxima, que dice que no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita, una gran verdad.
El Carnaval es la riqueza de lo elemental. La parquedad puede transmitir más que mil palabras juntas, si se dice con el alma desbordada. Un te quiero, arropado por un canto agudo de la guitarra, puede ser la mejor de las serenatas; un piropo a ese amor inconfesable, dicho en unos versos enjaretados entre amigos, es un regalo tan sincero y desprendido, que no espera acuse de recibo. El requiebro de una voz es capaz de acunar amablemente, con una hermosa melodía, nuestra existencia en estos días de carnestolendas, en los que al llanto siempre se le puede poner unas lágrimas de alegría que brotarán del único pozo que nunca se seca: el de la sabiduría popular.
La realidad es diseccionada por el bisturí de un pasodoble bien medido, entre una consentida irreverencia y una necesaria ironía. El cuplé es el paréntesis, el capricho, el respiro que nos damos en estos tiempos donde la risa se cotiza al alza y las malas noticias no hace falta ni ir a buscarlas, porque llegan sin pedir permiso. Es el tres por cuatro el ritmo que marca la copla querida, porque en él caben más cosas bonitas que en otro cualquiera.
El Carnaval, como nuestra democracia, madura a cada paso; y como ésta, quiere la calle para vestirse y realizarse, quiere el aire para pronunciarse y quiere un febrero con las puertas abiertas para no ver pasar los días sin decir lo que piensa. En cierto modo, por mucho que pasen los años, el Carnaval nunca dejará de ser el barco que llegó a conquistar un buen día ese puerto llamado libertad.
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