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Elogio del cofrade (a propósito de los sonidos)
21.03.12 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Tú no has escogido este tiempo para vivirla, ni para conservarla. Quizás no tendrías ni uso de razón cuando la túnica te marcó con ese color del que ya no quieres desprenderte; probablemente aquellos sonidos primitivos son los que hoy ponen en marcha el mecanismo de tu añoranza.
De las manos de tus padres llegó a las tuyas la Semana Santa y ahora te ha tocado a ti cobijarla. Tus recuerdos sólo alcanzan a esbozar levemente unas formas y unos olores, que vuelves a recomponer en cuanto se te ponen delante de tus ojos. Por eso emociona el pasado cuando te llega cabalgando sobre unos sonidos que remueven los cimientos y te anclan a las raíces de tu pueblo. No lo niegues. Admítelo. Eres un peregrino de la experiencia, que busca, en cada esquina, engrosar su memoria.
Cuando faltan palabras para describirla y ojos para abarcar la inmensidad de su belleza, aparece el sonido con su crujir de siglos, con su informe cuerpo de metal y acero, de madera y piel, para asestar la emoción del escalofrío en el mismo aleluya del añafil, en el redoble ronco del tambor, en la campana y en las tablillas, en el roce telúrico de las cadenas, en el viril agudo de las cornetas, en el canto femenino de los clarinetes, o en la jovialidad de los pasacalles.
La cofradía del Huerto te puso la historia sonora a tus pies. Allí en el patio de butacas los hubo que reforzaron aquello que conocieron, sintiendo la fuerte punzada de la nostalgia, otros que le dieron vigor a sus vagos recuerdos porque pasó demasiado tiempo sin saber nada de ellos, y los que descubrieron ciertos sonidos que ni siquiera escucharon en su infancia. Y sobre todo, los perfiles que hacían intuir la realidad perdida de una Semana Santa, la nuestra, que ha ganado en elaboración y prestancia pero que quizás ha perdido en carácter y en determinadas verdades. Pero no es esta la ocasión para lamentos y reproches.
El sonido te adelanta hoy a la sublime sensación de saberte niño mirando a los ojos entreabiertos del crucificado, o a su cuerpo lacerado y lleno de heridas. Lo evocas, cuando tomas conciencia de que una cruz de guía dejará atrás el frío del templo y se entregará al aire tibio de la primavera, como si de un abrazo de luz se tratara.
Mientras lo deseas, numerosos cofrades de Cabra invierten su tiempo libre para que durante siete días te recrees en la maravilla de la Semana Santa, ese drama lírico colectivo ?obra de arte total- que se construye por puro sentido del servicio y la generosidad. Ellos son trabajadores de un sueño, manos que escriben sus mejores versos poniendo la candelería de un palio, abrillantando la plata, colocando tulipas, preparando túnicas, vistiendo a sus Sagrados Titulares, encallando su cuello o sus hombros, coronando en cuarenta días un año entero de dedicación.
En definitiva, ellos son manos que escriben sus mejores versos afanándose en hacer felices al resto de hermanos.
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