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Un milagro
25.05.12 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
Todavía no olvido el desastre lorquino que ahora se agudiza en desastre humano, por la falta de ética que hay en esta sociedad, que posee fondos para un sinfín de aspectos, pero que no da nada para el que quedó sin techo, que es una necesidad fundamental para poder vivir, según la antigua pirámide de Maslow, que recuerdo haber estudiado hace muchos años. Ahora otro desastre, humano en primer lugar, y del patrimonio en segundo lugar, ha aparecido sin esperarlo: el terremoto de Italia. Por desgracia, ha sido en una zona con gran patrimonio cultural que ya no podremos disfrutar de la misma forma.
Dicen los habitantes de Roma, que «Roma non basta una vita», queriendo mostrar que en una vida no podrías mirar todo lo que la ciudad esconde para descubrir y conocer. Tendríamos que ser gatos para admirar Italia por la mayoría de sus rincones, porque a veces un pueblo pequeño como Puerto Torres, en Cerdeña, tiene escondidas en sus entrañas, y en un museo de humildísima fachada, anclas de barcos romanos, joyas de mujeres y mosaicos tan bien conservados que quedas impactado.
Son, con Grecia, la cuna de la cultura occidental, y en parte es nuestra madre, en cuanto a todo lo que nos da la lengua ?al igual que te dicen los colombianos cuando los encuentras y charlas con ellos respecto de nuestra querida España?. Al mirar el corazón de la antigua Roma, de viaje por Italia, y compararla con esta Roma de aquí, la de las provincias imperiales, te das cuenta de hasta qué punto somos ellos en tantas cosas, y te admiras de sus progresos hace tanto tiempo.
Pero andar las ciudades romanas ya no es posible, porque solo encontrarás vestigios aquí y acullá. Solo hay una excepción, que no durará siempre tal como podemos deducir de lo acontecido esta semana, ésta es Pompeya. Quitando el sinsabor de las maneras que hoy en día tenemos de hacer turismo si tenemos poco dinero, la ciudad, tal como quedó conservada por los materiales de la erupción del Vesubio, te proporciona una sensación desconocida hasta entonces, porque vas a ver las aceras y los rieles de las puertas correderas, las tuberías y las camas de los prostíbulos, las pinturas en las paredes y las marcas paralelas en las calles señalando el surco por donde habitualmente pasaban los carros; y tantas cosas, que no puedo imaginar nada más didáctico para los que, como yo, si vemos los cimientos ya no sabemos imaginar nada más.
Los circuitos turísticos a veces no enseñan las casas mejor conservadas, pero la estancia en la ciudad, y algún libro de pintura o de mosaicos te pueden rellenar el hueco de ignorancia con el que vivías antiguamente.
Ahora tengo más claro por qué las familias inglesas de hace dos y tres siglos mandaban a sus hijos a Italia para completar su formación antes de comenzar su vida de adultos. Este hecho se puede ver en versión edulcorada en la película «Una habitación con vistas». Todavía la televisión no ha conseguido traer a nosotros esa sensación de grandiosidad cuando ves el Coliseo a unos metros de ti: sigue siendo irreemplazable.
Como dice alguien de mi alrededor, los monumentos romanos en la visión del bárbaro debieron ser espeluznantes y abrumadores.
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