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En la vida, la muerte
29.10.12 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
Todos tenemos muertos, porque es la muerte condición natural como la vida. De nuestros muertos, no todos significan lo mismo para nosotros: unos son cercanos y otros lejanos y, en esto, no siempre influye el grado de parentesco que nos une a ellos. Lo cierto es que algunas personas son tan nuestras que, cuando mueren, algo de nosotros muere con ellos; mueren nuestras conversaciones y sueños compartidos: nuestra esperanza común se va.
Siendo estos días tan tristes, especialmente para las familias de difuntos cercanos en el tiempo, son estos, sin embargo, junto con los de la fecha de la muerte, los que te acercan de nuevo a tus muertos, y esto es, si no feliz, consolador.
Es tabú la muerte en nuestras casas (vaya cosa, ¿eh?, dado que todos tenemos que morir). No en todas lo es -cierto, en la mía nunca lo fue-. Cuando alguien moría, nuestros padres nos contaban quién era en vida y cómo había fallecido -por no citar las veces que fuimos al velatorio- y, de seguido, decían algo así como: «Así es la vida». Qué cierto: que la muerte es parte de la vida.
Al sacar la muerte de las casas y llevarla a esos sitios limpios y ordenados, que son los tanatorios, hemos ganado en comodidad, pero la hemos apartado de lo cotidiano y los niños ya no saben lo que es. Los tenemos protegidos de eso también.
La muerte no tiene buen lugar en esta sociedad que se nos antojaba perfecta. No vamos a los cementerios, excepto en estas fechas, y alguno sin prejuicios religiosos ni siquiera se acerca ahora, porque el cementerio huele a muerte, aun estando tan lleno de vida estos días. Sin embargo, las charlas más tranquilas con un cercano se pueden tener en los cementerios. Este lugar maldito puede también unir a los vivos.
De seguro que hay otras formas de recordar a los muertos: conversando sobre ellos, a través de objetos personales o aficiones, o lo que sea. No es esto una defensa a ultranza de las misas de difuntos, los cementerios y cosas similares. Alguna cosa diría yo, si no tuviera miedo de aburrir al lector, sobre cómo el cristianismo convierte la Vida en un valle de lágrimas, esperando lo que -dicen- está por venir. Lo que digo es que, olvidando las formas tradicionales de recrear la muerte, estemos perdiendo la memoria de quien ya no está, pudiendo ser bueno para cada uno que fuera recordado.
A lo mejor lo que aparece en el vacío es el miedo o las modas americanas, que simplemente son mejores porque no son nuestras y que me gustaría que alguien me explicara cómo nos ayudarán a comprendernos. Cada uno debería recrear la muerte a su modo y vivir un poco más hondamente la vida por la presencia de la muerte, no al acecho, sino junto a nosotros. A lo mejor esto nos ayudaría a soportar mejor nuestra única condición y a no tener miedo de saber quiénes somos.
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