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Miércoles de Ceniza
13.02.13 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Los pinceles de febrero no son los de marzo. Por eso la Cuaresma comienza este año sobre un lienzo algo distinto al de otros. En la tierra todavía hay espejos de charcos y nieve, en el aire hay relentes de frío, el cielo no reta con el azul propio de las tardes de primavera y las flores son seres alegres que se intuyen, que comienzan a serlo en los almendros, pero que todavía les queda lejos el naranjo.
Y en estas que llega el Miércoles de Ceniza. ¡Quién pudiera tener la ceniza suficiente para hacer la señal de la cruz a cada sueño que nos ensucian, a cada paso que nos zancadillean, en estos tiempos donde la tristeza, la codicia y la maldad llegan con sus equipajes a la estación del día a día! Pero es Miércoles de Ceniza y aquí comienza la esperanza. La esperanza que se agarra al balcón de la fe para que se nos procure la suficiente calma y aliento para pensar, y desear, un futuro mejor.
Hoy cobraremos conciencia de nuestra caducidad. La cruz en la frente nos pone en la realidad de que somos menos de lo que nos creemos. Pero si la fe mueve montañas, comencemos desde hoy a unir nuestras fuerzas para mover la primera y, desde ya, hagamos lo posible por remover todo el aire enrarecido que puede haber a nuestro alrededor, sumerjámonos en la pureza del estreno, limpiémonos por dentro como verdadero acto de constricción y abrámonos a Cristo, que es quien siempre tiene los brazos abiertos para que entremos en su regazo. Él no pide nada a cambio.
No lo pide. Lo da todo. Lo da en el sagrario donde es pan y vino, en las manos atadas que nos ofrece Jesús Preso, en el acto de postración del Señor de las Penas en su oración en el Huerto, en las lágrimas del Señor de la Humildad y Paciencia donde podemos reconocerle en el espejo de su pureza, en el escorzo del Cristo Yacente de las Angustias con su serena y eterna muerte, en el profundo dolor del Señor de la Columna que pone su espalda donde nosotros nuestras culpas, en la misma corona de espinas que apresa las manos de los ojos que desembocan en la Soledad.
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