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Paseo por los suburbios de la primavera
20.05.13 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
No es de recibo hablar sólo de desesperaciones, que son tantas. Ya está aquí la primavera, que viene muy revuelta y no se aclara sobre si hacer calor o volver al frío, y aquí, cerquita de Albacete, estamos pasando un invierno muy largo y tenemos muchas ganas de que acabe, aunque, para los que no tenemos aire acondicionado, no sabe uno que desear.
Pero vuelvo a las desesperaciones, estoy como mi vecinito de abajo, que desde que nació no para de llorar, a veces durante una hora seguida. Su llanto me parece una sinfonía a ratos, porque guarda un tempo, pero, otros ratos, pienso en lo dotada emocionalmente que debe estar la madre, con todas esas hormonas del embarazo, para aguantar eso.
Paseo el pasado viernes por un barrio pobre de una ciudad. Me encanta pasear por los barrios pobres, no sé por qué. Los barrios ricos tienen las vallas muy altas, las puertas muy sólidas y no se ve nada. Tienen, a veces, amplios jardines delante de la casa y la vida real queda muy lejos de la mirada del extraño. Quizá es también una cuestión de educación: la vida se hace más frecuentemente en la calle cuando no hay nada provechoso que te ocupe.
Este era un barrio pobre de ciudad, así que las viviendas eran bloques de pisos y la intimidad del hogar estaba como mínimo en el primero, también un poco apartada. Pero en estos ambientes la gente está en la calle: los viejos en el bar y en los bancos viendo pasar lo que pase por allí; los chicos y chicas jugando e ideando qué nueva cosa inventar; las mujeres, cargadas con las bolsas de la compra, o sin nada en las manos, rápidas hacia el mandado que le espere.
Y nada más echar un paso del centro rico a la periferia pobre, sólo cien metros bastaban para que colores y fisonomía, para que ropas y zapatos, para que emociones en las caras, cambiaran. En realidad no puedes andar por lugares pobres sin que se te coja un pellizco en el corazón, porque ves a gente desdentada, a mujeres con rostros muy cansados o a personas con ropas raídas.
Es de suponer que en los barrios que eran pobres antes de la burbuja inmobiliaria, después de ella deben haber quedado estremecidos. Ahora parecen más pobres, o es que yo ya no tengo recuerdos de la época universitaria, donde eventualmente vivía en uno así.
Pero no todo es mala cosa en la pobreza. La gente conserva una naturalidad y una frescura que desaparece en los lugares donde se tiene una posición social más alta, donde el aislamiento es mayor para tratar de proteger la intimidad, y también la soledad, por cierto.
Recuerdo vivamente un día en el que yo iba para mi casa en mi barrio pobre, de día. Se acercaron unos hombres de etnia gitana a mí y me dijeron: «¿Tú eres del barrio?» A lo que yo contesté: «¿No me has visto? Llevo dos meses aquí.» Satisfecho su interés de tener controlado al personal, nunca jamás tuve ningún problema en aquella zona, a pesar de la mala fama que tenía. Desde luego, estas cosas no te pasan en los barrios «cool».
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