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La mañana: un regalo de los sentidos y una invitación a ser feliz
29.09.13 - Escrito por: Andrés Ruz Montes
Las pequeñas y sencillas tareas que la rutina de la vida diaria impone nos ofrecen la inestimable oportunidad de poder reflexionar sobre las mismas. Se trata de situaciones que la mayoría de las veces pueden pasar inadvertidas, a menudo simplemente por la intrascendencia de las mismas, otras veces quizá por el trajín bullicioso en que vivimos inmersos, y otras más, simplemente porque nuestro sentido pensativo y analítico no está siempre dispuesto y preparado para reaccionar y reparar en estos quehaceres.
El argumento sobre el que quisiera departir es una cuestión que hace ya años comencé a percibir, cuando las tareas como padre me llevaban a la necesidad de preparar cada mañana el bocadillo que mi hija mayor, llevase al colegio. Y me quisiera referir a las diferentes dimensiones y vertientes que el amanecer y la mañana nos ofrecen, generando sensaciones y momentos agradables y que terminan adornando de forma sencilla el discurrir de nuestras vidas. Acudía regularmente al horno de la panadería que hay cerca de mi casa, donde hacían un pan de viena de un tamaño y una textura que resultaban ideales y espléndidos para el paladar de una preadolescente, no muy ávida por la comida, preparando un bocadillo que terminaba convirtiéndose en el principal aporte y sustento del día.
Todas las mañanas a las seis y media, minutos arriba o abajo, según las sábanas se agarraran más o menos, me dirigía a la compra del pan. Salir a la calle, a estas horas, brinda la oportunidad de contemplar la ciudad con otra perspectiva. El amanecer nos pone en contacto pleno y de golpe con los sonidos, con la luz y con los olores que suponen un verdadero regalo a los sentidos.
La alborada nos planta delante el olor a tierra mojada que aún perdura tras el riego de la madrugada , el olor del ambiente , olor de cada estación, y si nos adiestramos en este ejercicio comprobaremos qué diferente es el olor del verano y el del otoño, y qué decir del agradable aroma, auténtico perfume diría yo, de las mañanas de mayo. Mención aparte requiere la suave fragancia, tamizada ya por la llegada del amanecer, de la dama de noche y del jazmín con que se adornan las relucientes mañanas del verano. Y conforme me acerco a la panadería me atrapa un olor envolvente cálido y dulce: el olor a pan recién horneado que me transporta a la época de mi primera juventud y nuestras frecuentes reuniones en casa de mi amigo Manolín Buil
¡Y qué decir de los sonidos! El piar aún suave y los primeros cantos de los pájaros que comienzan tímidamente a revolotear, o el resonar de algún automóvil, que a lo lejos se deja oír, rompiendo el absoluto silencio que por momentos se hace estremecedor , ponen como decía Miguel Ríos, el ruido de fondo, y anuncian el arranque de un sinfín de historias que están a punto de abrirse ante nuestros ojos. Otras veces es el vehículo de la limpieza, que marcha con algo de retraso y aún no ha terminado la jornada, cuando otra nueva se echa encima, el que se hace notar, o es el tintinear inoportuno de la alarma indiscreta de algún despertador, procedente de las viviendas adyacentes, el que viene a anunciar a alguien el fin de sus dulces sueños.
Pero la mañana también brinda otras oportunidades. Y no sólo son aromas, contraluces y sonidos los que nos salen al encuentro y nos dan la bienvenida, también aparecen los
encuentros con personas, la mayoría de las veces anónimas, y que nos salen al cruce en este incomparable escenario matinal. El atrevido deportista que elige practicar una carrera saludable a quedarse en cama, y ligero de ropa y sin temer a la fresca brisa del alba, se cruza conmigo:" Buenos ´días" y sigue su curso. El ejecutivo con maletín en ristre y bien trajeado que camina ensimismado, y al llegar a mi altura deja unos "buenos días "que revelan deseos generosos de felicidad. O el barrendero que tararea la sintonía de un programa de televisión, y bien antes de llegar a él, ya vocifera unos "buenos días" que pueden oírse hasta cerca de la panadería.
Y me pregunto ¿qué es lo que trae consigo la mañana? ¿Es que la mañana transmite alegría y cordialidad e invita a ser felices? Pienso que la mañana no es más que el preludio repleto de felicidad potencial que podrá desplegarse a lo largo de los capítulos diarios y que componen la pequeña historia de nuestras vidas. Y las gentes percibimos y nos contagiamos de esa alegría gratuita y saludable que nos brinda la mañana con su explosión sensorial. Y la queremos compartir en un deseo solidario de felicidad, transmitiéndola en nuestras expresiones y salutaciones.
Pues, si no es así ¿Cómo interpretar lo qué seguramente sucederá si imaginamos esos mismos escenarios seis horas más tarde, en pleno bullicio del mediodía, cuando el , a veces tedioso, quehacer diario ya hace mella en nosotros y quizá nos pesa demasiado en la espalda.? Y a esas horas ¿cruzaremos de nuevo esas miradas amables y asomará en nuestros rostros ese atisbo de jovialidad? ¿Aparecerán entonces esos anhelos generosos de compartir suerte y alegría condensadas en unos agradables "buenos días" o, probablemente nos limitaremos a caminar abstraídos y absortos sin reparar apenas en quien pasa a nuestro lado?
Las mañanas son todo un espectáculo. El sueño reparador ha ejercido su misión y la intensidad de las preocupaciones parece que ha cambiado, mermado o desaparecido, y si no es así, al menos puede haberse modificado el prisma con el que las observamos.
Necesitamos estirar esa alegría potencial que encierra el preludio matutino y prolongarla a lo largo de todo el capítulo del día en la sencilla historia de nuestra vida.
Hace unos días tuve la oportunidad de comprobar una buena forma de hacerlo, en un desayuno matinal junto Aurora y nuestros entrañables amigos Aurelia y Antonio Melgar. El acompañar a la Virgen de la Sierra, en el Rosario de la Aurora fue el motivo, el marco incomparable de la Plaza Vieja fue el escenario y la mañana preciosa que el día nos regalaba puso el resto.
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