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La vida, sucesión permanente de cambios: pérdidas y encuentros.

11.12.13 - Escrito por: Andrés Ruz Montes

Imagino la vida como una línea más o menos ondulada o serpenteante que por momentos se hace quebrada, tortuosa e incluso irregular. Una línea cuyo perfil se ve salpicado y jalonado de vez en cuando por pequeños o grandes accidentes o alteraciones, diferentes para cada uno, y que vienen a poner la singularidad a ese conjunto de vivencias y que advierto representadas en mi mente en forma de ese sencillo, y simplista a la vez, registro lineal que reproduce la sencilla historia de nuestra vida.

Y la intensidad de esas alteraciones e irregularidades que perturban el perfil de la línea de la vida y que la convierten en quebrada y serpenteante o en suave y ondulada va a depender, aparte de la naturaleza de los acontecimientos que simbolizan, en gran medida de nosotros. Pues somos nosotros los que, al fin y al cabo, transformamos un acontecimiento en una escarpada cumbre o por el contrario somos capaces de minimizarlo hasta hacer de él una suave rugosidad.

Y van a ser precisamente esas alteraciones de la línea basal y los auténticos eventos y sucesos que representan los que probablemente recordemos posteriormente, determinando que una vida esté más o menos cargada de recuerdos, de emociones y sea percibida como una sucesión de vivencias que haya merecido la pena, en suma, que la vida sea entendida y observada, en ese momento mágico de releer el pasado, como una vida rica, íntegra y llena de sentido.

Y claro está que estos acontecimientos pueden ser muy diferentes para cada persona, y pueden estar representados por situaciones habituales como discordantes para unos, e inverosímiles para otros. Y podríamos imaginar escenarios tan distintos como, el día en que llega el deseado primer beso, o aquel otro en que tanto esfuerzo se ve premiado con la consecución del grado de licenciado, o el momento de la boda con la pareja a la que tanto se ama, o aquel día maravilloso en que llega el nacimiento tan anhelado de una querida hija, o ese otro marcado por la muerte inesperada de un padre bueno, o llega el anuncio de futura joven mamá reflejado en la cándida sonrisa de una hija, o sencillamente el día que por primera vez la mirada se pierde en la lejanía, seducido por la inmensidad del mar.

Hace unos años un anuncio comercial de una compañía de telefonía móvil, irrumpía con fuerza en los medios de comunicación y anunciaba sus nuevos productos con una frase o slogan, que considero a la vista de los resultados, bastante acertada y bien elaborada y que desde luego, al menos conmigo, cumplió su objetivo, pues aún me acuerdo del él. Decía más o menos así: "La vida es móvil, la vida es cambio". Desde luego a primera vista, es algo que parece claramente una evidencia, pero sin embargo, pienso que no siempre lo consideramos suficientemente al analizar de forma reflexiva los acontecimientos de nuestra vida. Modificaría algo la frase y la transformaría en "Descubrimos que vivimos si percibimos que algo cambia".

¿Qué sería de nosotros si no percibiéramos el cambio? Y esto lo podemos comprobar en los grandes y pequeños escenarios de nuestro discurrir por la vida. Y considerando tanto largos periodos de tiempo, como simplemente meses, semanas o días.

¿Qué sería del sencillo trabajador de la construcción si después de una semana, que se alarga demasiado, con los madrugones correspondientes para partir hacia la costa, con su nevera portátil en ristre, y no precisamente para ir a la playa, si no queda el sábado con su pareja para cenar, o con los amigos para tomar unas cervezas o simplemente para ver el fútbol?

¿Qué sería de la hacendosa y tradicional ama de casa, dedicada día y noche a las tareas domésticas y cuidados de sus hijos, si la sucesión e inercia que imponen compras, colada, cocina, recoger y llevar a los niños al colegio al inglés, a la música , y nuevamente cocina , y ¡hoy toca plancha!, ... si no rompe esa dinámica desgastadora, simplemente con la asistencia a un cumpleaños, ir al cine o una escapada de locura un fin de semana cualquiera?.

¿Qué sería de la cuidadora de un enfermo de Alzheimer al que dedica devoción, entrega, cariño y una buena dosis de sacrificio y cuyo discurrir a su lado está jalonado de pequeños hechos concretos, resumidos en una frase, en una simple anécdota, un relato , o una historia que quedan grabados en la mente o simplemente se pierden en el olvido, pues bien ¿qué sería de esta cuidadora si no vislumbrara el atisbo de luz en el horizonte que representa el respiro semanal, para simplemente pasear, ver a los suyos, o sencillamente poder dormir unas horas seguidas?.

¿Qué sería de nuestra vida sin esas alteraciones, sin esos cambios que alteran el perfil de nuestra línea e introducen una perturbación en su trayectoria?

¿Qué sería de nosotros sin esos acontecimientos vitales que vienen a ilustrar y a dar sentido a lo vivido?

Y probablemente cuando al final de la vida releamos nuestro recorrido y examinemos la trayectoria de nuestra línea imaginaria, serán precisamente esos sucesos los que marcarán el suspenso o el aprobado que nosotros mismos nos otorguemos según la carga de amor que encierren ( como decía San Juan de la Cruz "Al final de la vida nos examinarán por el amor").

Y ¿Que sería del amante apasionado si tuviese su mano asida, permanentemente, al dorso desnudo de la amada, sin posibilidad de movimiento? ¿Cuánto tiempo duraría el placer? Enseguida percibe que necesita realizar sutiles desplazamientos para sentir nuevas percepciones y añadir sensualidad al juego amoroso.

¿Qué sería de nosotros si, en las cálidas noches de verano, derrumbados sobre la cama permanecemos estáticos, quietos e inertes? Pronto caeremos en la cuenta que necesitamos cambiar la disposición de nuestro cuerpo, que sentimos la necesidad de extender suavemente la pierna o estirar los brazos para percibir el frescor de las sábanas del espacio libre contiguo a nosotros. Simple gesto que nos proporciona una sensación, que aunque efímera, resulta tremendamente voluptuosa.

¿Qué sería de nuestras vidas sin los cambios, aunque sean pequeños, en nuestro quehacer y actividad laboral cotidiana, sin los descansos periódicos en nuestras tareas, sin las interrupciones e innovaciones que introducen las vacaciones? Si en nuestro recorrido vital no aparecieran esas modificaciones y perturbaciones, quizá nos encontrásemos que esa trayectoria quede resumida en una sucesión de vivencias parecidas o similares y difícil de ser recordadas, resultando que ese registro o línea de la que hablamos al principio se dibuje demasiado plana, quizá monótona o incluso simple. Parece pues que esas alteraciones y cambios nos enriquecen la vida. Lógicamente el tiempo será el principal factor encargado de erosionar, pulir y limar esas perturbaciones quedando solo las verdaderamente importantes para cada uno, como auténticos relieves impasibles al paso de los años.

Pero la vida nos enseña que hay algunas dimensiones o parcelas de la misma en las que el cambio no parece, al menos en principio, agradable o atractivo ni tampoco se hace necesario para percibir que nuestra vida está latiendo, palpitando, en suma que estamos viviendo. Me estoy refiriendo al campo del amor en pareja, al ámbito de los amigos o al entorno de los principios. Sin querer, por supuesto, aseverar ni dogmatizar, en un campo en el que nos aproximamos a escenarios y terrenos escabrosos y resbaladizos y que entran de lleno en el ámbito de lo personal, es evidente que pueden existir situaciones que justifiquen lo contrario. Será la voluntad y la libertad individual las que decidirán permanecer o cambiar. Y todo es respetable.

Pero, parece obvio que no es necesario cambiar el destino de nuestro amor, sustituir a los amigos de siempre, ni prescindir de nuestros valores y principios y que nos han llevado a ser lo que somos. Lo cual no significa que para profundizar y avanzar en el amor en pareja no tengamos y debamos hacer cambios, a veces sutiles, pero otras intensos y considerables, a veces sólo de forma esporádica, pero otras de forma continuada y repetida. Cambios que nos llevarán a renovar nuestra relación, convirtiéndola en viva y actualizada. Y cultivar el afecto y disfrutar de los amigos de siempre no significa que no se haga necesario y recomendable dedicar o realizar movimientos en pro de mejorar a diario ese regalo maravilloso que significa la entrega gratuita y generosa y que va envuelto en el papel de la amistad. Y esos valores y principios que conforman una personalidad seguramente deberán retocarse y periódicamente pulirse y afinarse, para adaptarse a los nuevos tiempos, a las nuevas necesidades, pero permaneciendo inmutables e inalterables en la esencia.

Creo que el cambio es inherente a la sencilla historia de nuestra vida.

Pequeños o grandes ajustes que deberíamos introducir y extender a nosotros mismos, pues la misma vida es la que se encarga igualmente de modificarnos, aunque seamos torpes para percibirlo. Y deberíamos hacerlo y sobre todo aceptarlo con la mayor naturalidad y sin aspavientos. Lo cual no significa que sea fácil. Los humanos solemos resistirnos al cambio, y cuando lo aceptamos tras mucho tiempo resistiendo, a veces comprobamos que ya es tarde, y hemos terminado atrapados y engullidos por el inmovilismo, pero ese tema sería el motivo de otra reflexión.

Y esas alteraciones o perturbaciones quedarán relegadas o reducidas a mínimas elevaciones, incluso desaparecer, o permanecerán bien erguidas en el registro de las vivencias, según el disturbio emocional que desaten en nuestro mundo interior o la distancia con que analicemos y oteemos esa vida con perspectiva de pasado desde un punto del presente. De todas formas el tiempo se encargará de erosionar y pulir esas perturbaciones o variaciones convirtiéndolas en verdaderos altozanos desgastados y suavizados y las emociones que levanten se pintaran con colores pasteles siendo por fin con mayor o menor facilidad aceptadas y aprehendidas. La vida, por tanto, no es más que una sucesión permanente de cambios: de pérdidas y de encuentros. Cambios que deberíamos afrontar y adaptarnos a los mismos, aunque no sea tarea fácil y vaya cargada de intenso sufrimiento. Pero aceptar los cambios se vislumbra necesario para crecer y seguir viviendo.

Y nos gustaría comprobar en las postrimerías de la vida que nuestra línea o registro vital está repleto de tortuosidades y agrestes relieves, verdaderos apuntes de momentos cargados de intensas emociones y de recuerdos llenos de cariño, de una amistad amplia y generosa y de un amor sincero que ha sido nuestro verdadero pedestal donde encontramos el apoyo diario y donde buscamos nuestro auténtico refugio al atardecer.

Intuyo que este podría ser un buen escenario para comprobar que nuestra vida ha estado cargada de sentido y un buen punto para partir.

En busca... del cambio definitivo.

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