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TIEMPO DE DECENCIA
31.12.13 - Escrito por: Javier Vilaplana Ruiz
Terminamos el año en La Opinión de Cabra, con una nueva sección que bajo el título "El revés del derecho" firma el abogado Javier Vilaplana Ruiz, que se suma al grupo de colaboradores asiduos de nuestro medio de comunicación. Al tiempo que deseamos a nuestros lectores un 2014 cargado de buenas noticias, damos también la bienvenida a Javier Vilaplana, que se une así a la gran familia que conforman tantos buenos amigos y que surgía allá por la primavera de 1912, continuando hoy en este proyecto digital.
Somos el tiempo que nos queda, o al menos eso nos enseñó el poeta.
Cada año que comienza tratamos de volver a llenar nuestro calendario con ilusiones -nuevas, lejanas, repetidas, gastadas- que nos hagan un poco más llevaderos los amontonados días venideros. Sin embargo, alcanzamos cada primero de enero con la insoslayable carga de las derrotas pasadas y con la certidumbre inquebrantable de las que presumiblemente no podremos eludir en el tiempo que nos queda.
El profeta, también en esta ocasión, llora al no haber predicho el diluvio y las historias de los almanaques se pueblan ahora de personas como tú y como yo (nosotros mismos) que se retuercen de dolor cuando a su lado ven desfilar a quienes, injustamente -aunque, en no pocas ocasiones, bajo un manto de inapelable legalidad-, han sido despojados de su vida presente, condenados, además, a un futuro yermo de esperanzas.
Los gritos sordos de este rincón del mundo son fruto de las vitales y preliminares ausencias -de las grandes palabras, gastadas como monedas que van perdiendo su troquel: la Justicia, la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad...- que nos toca vivir en este tiempo que queda y que es nuestra tramposa vida, donde el fullero sigue poniendo los dados.
Venimos demandando que quienes -desgobernados y mendaces- se publicitan como rectores de nuestros destinos se esfuercen, junto con nosotros -nos es exigible en democracia remangarnos e implicarnos en cada decisión-, para construir una utópica arquitectura social más justa, donde cada cual pueda amueblar su habitación propia de acuerdo a sus convicciones, sus preferencias, sus motivos y, sobre todo, su dignidad.
Sin embargo, hoy, de la mano de Margalit, nos conformaríamos -sin renuncias, eso sí- con fines más modestos: una sociedad, simplemente, decente.
Caminemos.
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