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La “lógica” de lo divino.
20.08.11 - Escrito por: María Araceli Granados Sancho
 Lo divino, para los humanos está en otra esfera que no es accesible, no se descifra con las reglas de nuestro conocimiento; pero, desde luego es la más importante, si se acepta su intervención en nuestra vida, dadas las consecuencias que tiene para nosotros y, también, para el resto de los seres. La diferencia es que a nosotros no nos pasan desapercibidas.
Cuando era pequeña no entendía lo del misterio de la Santisima Trinidad. Yo, que siempre oía que mi hermano mayor era más listo que yo, pensaba que si me esforzaba llegaría a comprenderlo, pero nunca lo comprendí, casi ni ahora, aunque ahora sé lo que es un dogma y su función. Alguien debería haberme dicho: «¡Niña, esto es imposible comprenderlo, hay que creerlo aunque sea absurdo!» Seguro que esto me habría convencido, porque yo no era especialmente preguntona. Lo único que recuerdo es que me decían que aquello era así; con esta explicación yo seguía erre que erre, buscándole lógica interna.
Ahora que ya pasó este tiempo, uno ha comprendido de qué trata la religión. Es un corpus de creencias en las que, como bien muestra la palabra, se cree. La comprensión no tiene lugar, porque a lo divino no se accede con las reglas que utilizamos para el resto del conocimiento. Lo divino no se somete a regularidades, ni reglas ni modelos: es la arbitrariedad, el azar, el caos –al menos desde el punto de vista de la que escribe-. Si Dios escribiera en La Opinión de Cabra, tal vez diría desde su privilegiado punto de vista, que debajo de los acontecimientos está el orden y la perfección.
Esto está relacionado con un tema muy recurrente en la historia del pensamiento, llamado “el problema del mal”, que sigue sin resorver: si Dios es bueno y omnipotente y todo lo demás, ¿por qué existen tantos acontecimientos que generan un dolor inmenso y que no causan beneficio a nadie por contrapartida?. En esta antigua polémica había quien decía que las maldades eran responsabilidad del hombre. Aunque, tal vez, si Dios fuese infinitamente bueno, y sin el infinitamente también, no permitiría que la gente devota de su persona sufriera, especialmente en algunos grados que resultan incomprensibles. Pero si Dios quiere salvar nuestra libertad, tal vez por esto no se inmiscuya en nuestros asuntos. Así que, lo que ocurre en el cuerno de África, que últimamente, al estar desacostumbrados a estas imágenes, nos hace angustiarnos cuando las vemos, queda bajo nuestra responsabilidad. Lo que ya es más difícil de comprender es lo del terremoto de Haití, o el de Japón. Me da que pensar que he hemos pillado a Dios haciendo cosas no muy buenas.
Desde luego, podría ser que Dios fuera creador pero no interverviniese más. Este era el Dios de Platón y el de Aristóteles, salvando las distancias entre uno y otro. En este caso nuestras sinceras súplicas de poco nos servirían.
Así que seguir a Dios en estos tiempos requiere valentia, también en otras épocas que fueron peores para la vida de las personas –recordemos cómo se vivía en la Antigüedad o en el medievo-
aunque en ellas no creer en Dios era casi como no tener identidad. Después de que la ciencia y la filosofía se hayan independizado de la religión –y, por favor, observese que en esta tarea los primeros avances son hechos por los religiosos, como Guillermo de Ockam-, creer sin ver sigue siendo muy difícil.
La alegría que puedes observar en las jornadas de Madrid es envidiable para cualquiera que lo vea. Pero, ¿es real? ¿Qué dios es este que se celebra: el que no oye, el que no ve? Quizá los que no oigamos ni veamos seamos nosotros. Desde luego, necesitamos mucha fe para justificar la religión, que muchas veces no es dadora de sentido en esta vida -la única que tenemos por ahora- dados los acontecimientos que nos rodean.
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